jueves, 3 de mayo de 2007

Confesión de un joven gay

El texto que está acá abajo es una traducción de una parte de un libro del siglo XIX (publicado en 1896). El autor, Georges de Saint-Paul, decidió estudiar la homosexualidad. Para eso recavó la información existente en la época. El escritor Emile Zola (importante escritor francés de la segunda mitad del siglo XIX, que tuvo una importante participación en el famoso caso Dreyfus), cuando se enteró de que estaba investigando el tema, le prestó una carta que había recibido de un joven homosexual italiano. En esta carta, el chico de 23 años cuenta su experiencia en tanto gay. Es muy interesante esta carta porque es el único testimonio que conozco de una confesión sobre el tema en ese siglo. La gente no hablaba de la homosexualidad porque daba vergüenza y no se sabe qué pensaban del tema. Se piensa que lo vivían con culpa pero todos los testimonios sobre el tema eran de los no homosexuales, sobre todo de los médicos que los veían como enfermos. Entonces una carta en donde un gay dice como vive su homosexualidad, como se dio cuenta de que era gay, cuáles fueron sus primeras relaciones sexuales y como hacía para vivir su sexualidad en una sociedad que lo consideraba un infierno, todo esto no aparece en otra fuente que no sea esta. Me pareció interesante, entonces, traducirla para que se vea como era ser hay hace 150 años.
Como la carta es muy larga, la voy traduciendo de a poco. Esta primera parte, cuenta sobre la infancia y de este chico. Lo interesante de esta parte es que él mismo se ve como un enfermo. Era tanta la presión social y el discurso dominante que él solo se podía ver como un enfermo y expresar su dolor por esto. Pero al mismo tiempo, está diciendo dos cosas más bastante interesantes: por un lado, está rechazando la idea común en esa época de que la homosexualidad era el producto de una familia violenta, con taras herditarias o por la personalidad fuerte de la madre. En este caso, la familia es totalmente normal (bueno, todo lo normal que puede ser una familia con un padre bohemio que se patina la guita y no vive obsecionado con ella), demuestra que quiere a sus padres (más a su padre que a su madre) y sobre todo que no tiene una relación fuerte con su madre ni que ella era una persona dominante (qué bien le hubiese hecho a Freud leer este testimonio). Por otra parte, lo que el autor dice entre líneas es que el es gay de nacimiento, que no se dio cuenta después sino que era así de fábrica.
De todos modos hay que tener cuidado porque el chico está demasiado influido por las ideas de la época que asociaban la homosexualidad con la feminidad, o sea que decían que un homosexual es un hombre con espíritu de mujer. Esta idea está presente en el autor que quiere ver en el hecho de que le gustaba vestirse con polleras cuando era chico una muestra de su homosexualidad.
La introducción del autor, Saint-Georges, es interesante porque es un compendio de todos los prejuicios existentes en la época sobre el tema. Un tipo que decide estudiar el tema de la homosexualidad piensa que los gay son enfermos y monstruosos. De ahí en más todas sus conclusiones son falsas porque lo que él quiere demostrar es que la sociedad es normal y los gays son anormales (usa la palabra). De todos modos, el inconciente freudiano le jugó una mala pasada ya que le reprocha al gay generar "codicia" en la sociedad. La pregunta es ¿quién lo codicia al pobre chico? Ve como malo que genere codicia en los demás pero, yo y todos los lectores de este blog, lamentamos informarle que si alguien lo codicia es porque esa persona es también gay y que si esos gays lo codician no es culpa del pobre gay. Para decirlo en otras palabras es como si dijera de un negro "siendo negro, genera en la sociedad el deseo de pegarle, que mal el negro!!". Es absurdo pero permite medir todo el odio que existía contra los homosexuales.
Espero que les guste y a medida que vaya teniendo tiempo voy a ir traduciendo las otras partes (que son más interesantes).



SAINT-PAUL, Georges, Perversión y perversidad sexual. Una investigación médica sobre la inversión. Notas y documentos. La novela de un invertido nato. El proceso Wilde. La cura y la profilaxis de la inversión, París, Georges Carré, 1896.

Capítulo II: Observaciones tipo de un invertido nato femeniforme.
Una de las ventajas de una investigación psicológica es que ilumina algunos documentos perdidos en la oscuridad. Es cierto que no es totalmente el caso de la novela de un invertido nato. Desde hace tiempo, Emile Zola reconoció todo su valor. Apenas supo de mis investigaciones, me ofreció comunicármela. Acepté gustoso y lo publiqué en los Archivos de Antropología criminal y psicológica normal y patológica.
Esta confesión es sincera; es verdadera de una verdad que se siente en la emoción, las tristezas que, a veces, en el curso del relato, toma el tema de sentir una diformidad, casi una monstruosidad; de ser en el medio de la sociedad humana un ser anormal, inútil y peligroso por los ejemplos que provoca por las codicias que suscita. Sin duda, en ciertos momentos, cuando el recuerdo de los goces culpables reaparece en su imaginación, la pasión se impone y actúa. Pero, contrariamente a la mayoría de los documentos de esta naturaleza, esta confesión sólo encierra, en la ilustración de los malo instintos, lo que es indispensable conocer para tener del autor una idea precisa, para comprender sus sentimientos, sus necesidades, su voluntad y sus ideas, para, en una palabra, poder determinar su psicología. No abusa ni de los términos desubicados, ni de las ilustraciones licenciosas. De nacimiento aristocrático, al haber recibido una educación esmerada, refinado de instinto y viviendo en un medio delicado, sabe muy bien lo que debe al ilustre autor al que se confiesa, por tener un objetivo otro que el de pintarse tanto bien como mal, mostrando e investigando sus heridas, pero solamente para hacerlas conocer, y, por así decir de manera muy psicológica, por instantes solamente perturbado por los recuerdos que queman del pecado adorado y maldito.
Creí necesario poner en latín algunos pasajes; no era de ningún modo necesario en un libro sobre la inversión, pero lo hice por respeto hacia las personas no habituadas a los estudios médicos, a las manos de quienes podría llegar este documento.

La novela de un invertido nato (documento entregado por el Sr. Emile Zola).
I. Carta al Sr. Emile Zola – Antecedentes – Primera infancia.

Sr. Emile Zola,
Es a Ud. Señor, que es el más importante novelista de nuestro tiempo, y que, con el ojo del sabio y del artista, capta e ilustra con tal potencia todos los desvíos, todas las vergüenzas, todas las enfermedades que afligen a la humanidad, que entrego estos documentos humanos tan buscados por los letrados de nuestra época.
Esta confesión, que ningún director espiritual oyó nunca de mis labios, le mostrará una terrible enfermedad del alma, un caso raro – sino desgraciadamente único – que fue estudiado por sabios psicólogos, pero que hasta el presente ningún novelista se atrevió a poner en escena en una obra literaria. Balzac escribió la “Bella de los ojos de oro” pero solo entrevió el horrible vicio que aparece a esta historia. Sarrazine ama realmente a Zambonelle, pero lo cree mujer y deja de amarlo una vez descubierta la verdad. No es, entonces, el caso tan horrible del que le quiero hablar.
Ud. Mismo, Señor, en su admirable libro La Curée, apenas tocó, en la persona de Bautista, uno de los más terribles vicios que deshonran a la humanidad. Este hombre es despreciable, ya que la lujuria a la que se abandona no tiene nada que ver con el amor y es un asunto puramente material, una cuestión de conformación que los médicos observaron y describieron más de una vez. Todo esto es muy común y muy asqueroso y no tiene relación con la confesión que le envío y que puede tal vez servirle.
No soy francés – a pesar de que conozco las más importantes ciudades de Francia y que incluso viví un tiempo en París. Le escribo seguramente de manera muy incorrecta. Hace tiempo que no hablo ni escribo en este idioma; sepa Ud. disculpar las incorrecciones y las faltas que seguramente abundan en estas páginas.
No sé si Ud. conoce el italiano. Si hubiese podido escribirle en este idioma, me habría seguramente expresado mejor. No me interesa en lo más mínimo el estilo, sino que le diré simplemente lo que puede interesarle. A través de estas líneas, mal escritas, descubrirá con su ojo de águila y su corazón de artista, la herida de un alma que una fatalidad horrible parece perseguir, que tiene vergüenza de sí misma, y que, de hecho, sólo encontrará paz y alegría cuando descanse en esta Tierra que Ud. maravillosamente describió.

Tengo 23 años y nací en el seno de una familia con una fortuna importante e independiente. En este sentido, no puedo desear más. Mi padre es católico, se dice deísta, pero su religión se asemeja más a una suerte de panteísmo, lo cual no quiere aceptar. Mi madre es una judía conversa pero fiel a su religión, a pesar de que solo observa los principios prácticos. Soy el cuarto hijo nacido de este matrimonio. Mi padre es uno de los más bellos ancianos que se pueda imaginar. Una figura de patriarca que atrae la atención incluso en la calle. Fue maravillosamente bello en su juventud y lo es todavía a una edad bastante avanzada.
Nuestra familia es originaria de España, pero instalada desde hace siglos en Italia. Mi padre se casó a los 19 años. Mi madre tenía 18 y era mucho más rica que mi padre. Se amaron profundamente y todavía se quieren. Mi padre es de un temperamento muy impresionable y nervioso, artista hasta la médula; tuvo una vida bastante aventurada con altos y bajos considerables; pero, incluso en los momentos en que la fortuna parecía abandonarlo, no se dejó ganar por la desesperación y siempre volvió a tener fortuna. Siempre ganó mucho y gasto en consecuencia. Hace unos años hizo una gran fortuna en la Bolsa, pero también la perdió. Sin ser rico, actualmente se encuentra en buena posición, y puede rodearse del lujo que siempre amó. Recorrió varias capitales de Europa y su familia casi siempre lo siguió. Le atrae poco el mundo y lo frecuentó poco, fuera de sus relaciones comerciales. Ama apasionadamente el arte y le gusta rodearse de cosas bellas, de lindas estatuas y bellas pinturas. Incluso en las épocas en la que fortuna le sonreía poco, se pasaba de las cosas necesarias para comprar un lindo libro o un lindo gravado; lo que contrariaba considerablemente a mi madre, más ahorrativa por instinto de raza. Ama su familia con pasión y haría todos los sacrificios posibles para vernos felices y contentos, pero tiene sus días de malhumor, y entonces, cuidado con el que se acerque. Toma siempre resoluciones extremas sin pensar demasiado y esto le trajo unos cuantos problemas. Ha visto muchas cosas, viajó mucho, ganó mucho, gastó mucho. Ama apasionadamente la lectura y, desde que tenemos una residencia fija, si constituyó una hermosa biblioteca. Su inteligencia está muy desarrollada, su frente es magnífico, su talla es media pero parece muy grande. El Sr. Desbarolles, que consultó hace muchos años en París, le dijo que había nacido bajo la influencia de Júpiter y Venus y que haría nuevamente fortuna, lo que ocurrió.
Cultiva con bastante éxito la música y toca bastante bien el piano. Tuvo éxito en la interpretación de la melodía pero es rebelde en cuanto a la armonía. En su tiempo, se dedicaba también a la pintura al óleo y a la acuarela, pero ya no lo hace porque dice que apenas tocaba sus lápices y sus pinceles le iba mal en los asuntos económicos. Está muy orgulloso de su gran belleza y es muy cuidadoso con su gran barba y sus lindos cabellos plateados. Conserva un tierno recuerdo de su padre que, según todos los que lo conocieron, era uno de los más hermosos hombres de su tiempo y se hacía amar y respetar por todos aquellos que lo conocían. Se murió bastante joven de un problema cardíaco.
Mi madre fue muy linda en su juventud, a pesar de salir de una familia muy fea y vulgar. Siempre tuvo poca inteligencia y le reprocho a mi padre el haberse aliado con una familia tan fea y poco distinguida. Me dice que era muy joven entonces y no comprendía realmente la importancia que hay que darle al matrimonio.
Al ver a mi madre que, a sus cincuenta años tiene todavía una linda forma, a pesar de que su figura se haya arruinado, pienso siempre a su personaje de Ángeles de la Curée. Es la misma dulzura, la misma falta de energía, una sorprendente debilidad de carácter; -- no puede leer una simple anécdota sentimental sin llorar; tiene poca memoria y lo único que la salva es su enorme bondad. Sin embargo, en ciertos asuntos se muestra particularmente voluntariosa y nadie puede sacarle de la cabeza lo que decidió. Siempre pienso que es una de las cualidades o uno de los defectos inherentes a la raza de la que desciende y a la cual no le tengo ninguna simpatía, e incluso una secreta repulsión. Amo, sin embargo a mi madre, pero en mi imaginación la deseo diferente – sentimiento que lamento mucho y que me reprocho siempre.
Nací diez años después de mi anterior hermano y cuando el mayor tenía catorce años. Mi nacimiento desoló a mi madre que esperaba que, después de tres varones, tendría una niña. Era, sin embargo, lindo y simpático como una nena, y siempre me cuentan que aquellos que me veían en los brazos de mi madre, con mis hermosos rizos dorados y mis lindos ojos azules, decían: “pero no es posible que sea un varón”.
Cada vez que me ve, mi niñera me dice que las mujeres que conocía me habían apodado la pequeña madona por ser tan simpático y delicado. Tengo un retrato mío a los dos años y puedo asegurarle que no existe un niño más lindo.
Toda la familia estaba orgullosa de mí, sobre todo mi madre. Mi inteligencia se desarrolló muy temprano y fui considerado como un prodigio. Estaba solo en casa, ya que mis hermanos estaban en pensión en una ciudad vecina; estaba muy orgulloso de mi encanto y, incluso tan chiquito, me llenaba de placer al escuchar hablar sobre mi belleza. Todavía me acuerdo el ronroneo de alegría y placer que recorría toda mi pequeña persona cuando salía con mi pequeño traje de azul bien atado con nudos azules y mi sombrero de campesino.
Cuando tuve 14 años me sacaron mis vestidos para ponerme pantalones y pequeñas camisas. Cuando me vistieron de hombre sentí una gran vergüenza, y me acuerdo como si fuera hoy, que me escondí para llorar en el cuarto de la sirvienta que tuvo que volver a vestirme de mujer. Siempre se ríen cuando recuerdan mis gritos de desesperación cuando vi que me sacaban mis pequeños vestidos blancos que eran mi alegría.
Me parecía que me sacaban algo que estaba destinado a llevar siempre. Fue mi primer gran dolor.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy interesante, gracias por compartirlo