lunes, 28 de mayo de 2007

Confesión de un joven gay (tercera parte)

Para el que lee esto por primera vez, esta es la traducción de un libro de fines del siglo XIX que reproduce el testimonio de un joven gay de esa época. Para más detalles ver las dos primeras partes.

III- Juventud - Primeros actos.
Había adquirido un gran afecto por un magnífico joven que, desde hacía un tiempo, trabajaba en nuestros establos. Era realmente soberbio, joven y con finos bigotes marrones. Era de talla media, robusto y muy bien constituido. Le llevaba a escondidas cigarros que robaba de la caja de mi padre, e incluso tortas y dulces que no comía para dárselos. Era una buena persona que le gustaba hablar libremente pero que no se permitía ninguna confidencialidad. Un día en broma, le pedí que se desnudara, me retó y no quiso satisfacer mi pedido. Eso hizo que lo quisiera más aún y el deseo de verso, de aproximarme a él y de tocar su cara se volvió una idea fija.
Como no podía esperar nada de él, imaginaba que era su mujer y que de noche ponía mi almohada al lado mío y la besaba y mordía como si fuera una persona viva. Pensaba en ese lindo hombre tan robusto y fresco y me movía pensando que me acostaba con él. Quod faciens, fere invitus me subagitabam, et semen primum emisi.
Eso me asustó mucho y a pesar del placer que sentí, me prometí a mí mismo que nunca volvería a caer en tal error. Poco me duró esa promesa y al poco tiempo, caí en uno de los vicios más degradantes a los que podamos caer. Mi viva imaginación me generaba imagenes muy compalcientes y gozaba de este horrible placer, evocando las imagenes de hombres que me gustaban y con los que me hubiese gustado estar.
A pesar de ser delicado en apariencia, mi constitución era muy sólida y no sentía ninguna perturbación de las que hubiese podido matar a cualquier otro.
En aquel tiempo, los negocios de mi padre no funcionaban , y debimos salir de Italia e ir a Francia para conseguir nuevamente fortuna. Nos quedamos varios meses en París - que había ya visitado varios años antes. Una vida muy simple siguió a nuestra lujosa vida pasada, y puedo asegurarle que fue esa la época más triste de mi vida. El carácter de mi padre se había agriado; incluso en París sus negocios iban cada vez peor. Mi institutriz se fue por aquella época, y entré como externo a un pensionado parisino.
No soportaba las lecciones del colegio y, como tenía más tiempo para mi, por no tener la obligación de seguir los cursos regulares, declaré que no tenía ninguna vocación para la ingeniería, profesión a la que mi padre me quería destinar, y que deseaba estudiar pintura, ya que tenía bastante talento para el dibujo.
Con mi astucia y persuación, confencí a mi padre de que era mejor que dejara el colegio y me instalara en lo de un pintor, a lo del cual, por otra parte, solo iba cada tanto, porque prefería seguir caminando por París, visitar las galerías y los museos. A la mañana iba a lo del pintor, que vivía muy lejos de nuestra casa, y a la tarde me dedicaba a leer y dibujar.
Esta época fue bastante agradable pero el deseo de pertenecer a un hombre me seguía permanentemente y me sentía muy desdichado por pertenecer a un sexo que no era el mismo de mi alma.
Seguía en mi vicio solitario, que al poco tiempo no tuvo ningún atractivo para mí y que, con el tiempo abandoné ya que me empecé a cansar del cuerpo y el espíritu que no me ofrecían casi placer.
Después de varios meses de estadía en París volvimos a Italia, en donde mi padre siguió con sus negocios. Entré entonces en una Academia de Bellas Artes, pero no tenía ninguna pasión por el arte y solo iba para no ser forzado a hacer alguna otra cosa que, en el estado psiquico en el que me encontraba, me hubiese resultado repulsivo. Los muchachos a mi alrededor, en la Academia, me parecían horriblemente comunes e inobles; tenía feas manos y las mías eran las más lindas y cuidadas. Estaba, por otra parte, muy orgulloso de mi cuna, de mis viajes y de mi instrucción superior y no tenía ganas de mezclarme con gente tan común, casi todos hijos de carniceros o de comerciantes. En la actualidad, varios son agradables artistas y yo no hice ni un paso en el arte que elegí, es verdad que por capricho mío.
Era libre ya que no iba seguido a la escuela y pasaba gran parte de mi tiempo a meditar y leer. Fue en este tiempo que llevado por algunos de mis compañeros y primos de mi edad que entré por primera vez en una casa pública. Salí asqueado y triste. Las mujeres no me atraían y solo sentía repugnancia por ellas.
Una de ellas me beso y sentí un gran asco por esta asquerosa persona, al punto que me escapé de ella como pude y me fui lo más rápido posible, a la gran sorpresa de quienes me habían acompañado a ese lugar. Volví varias veces con el firme propósito de vencer mi repugnancia y hacer lo mismo que los otros, pero nunca lo logré. Quedaba helado ante las más ardientes caricias y sentía un horrible disgusto.
Uno de mis amigos, un joven libertino, quiso que asistiera un día a sus encuentros con una de estas mujeres, pero no pude vencer mi aversión y esta escena de lujuria me dejó totalmente frío.
Estos malos lugares me inspiran, sin embargo, una especie de atracción misteriosa y varias veces sentí envidia, no de los que van, sino de las que permanecen.
Me empecé a considerar un ser excepcional y fantástico, un ser a cuya fabricación la naturaleza se equivocó y que a pesar de reconocer el horror de su estado, nada puede hacer para remediarlo. Perdí el gusto por todo, mi alma triste y ensombrecida se abandonó a una tristesa rofunda, y me sentí totalmente abatido.
Me pasaba las mañanas y los días caminando en los parques y paseos, solitario, lleno de una gran tristesa, dudando de todo, de la Naturaleza, de Dios. Me preguntaba por qué había nacido en una condición tan miserable y qué crimen había cometido para ser castigado de una manera tan atroz.
Todos los que me rodeaban no se daban cuenta de nada y atribuían mi silencio y mi tristesa al mal carácter o a mi bizarría natural. Mi padre estaba muy absorbido por sus negocios y la reconstitución de su fortuna; mi madre pensaba en la casa y en las visitas y no era de naturaleza a preocuparse de los problemas del alma.
Mis hermanos estaban lejos. Me quedaba solo, presa de mis dolores y mis tristes pensamientos. Veía toda mi vida destruida por una horrible pasión...

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