lunes, 28 de mayo de 2007

Confesión de un joven gay (tercera parte)

Para el que lee esto por primera vez, esta es la traducción de un libro de fines del siglo XIX que reproduce el testimonio de un joven gay de esa época. Para más detalles ver las dos primeras partes.

III- Juventud - Primeros actos.
Había adquirido un gran afecto por un magnífico joven que, desde hacía un tiempo, trabajaba en nuestros establos. Era realmente soberbio, joven y con finos bigotes marrones. Era de talla media, robusto y muy bien constituido. Le llevaba a escondidas cigarros que robaba de la caja de mi padre, e incluso tortas y dulces que no comía para dárselos. Era una buena persona que le gustaba hablar libremente pero que no se permitía ninguna confidencialidad. Un día en broma, le pedí que se desnudara, me retó y no quiso satisfacer mi pedido. Eso hizo que lo quisiera más aún y el deseo de verso, de aproximarme a él y de tocar su cara se volvió una idea fija.
Como no podía esperar nada de él, imaginaba que era su mujer y que de noche ponía mi almohada al lado mío y la besaba y mordía como si fuera una persona viva. Pensaba en ese lindo hombre tan robusto y fresco y me movía pensando que me acostaba con él. Quod faciens, fere invitus me subagitabam, et semen primum emisi.
Eso me asustó mucho y a pesar del placer que sentí, me prometí a mí mismo que nunca volvería a caer en tal error. Poco me duró esa promesa y al poco tiempo, caí en uno de los vicios más degradantes a los que podamos caer. Mi viva imaginación me generaba imagenes muy compalcientes y gozaba de este horrible placer, evocando las imagenes de hombres que me gustaban y con los que me hubiese gustado estar.
A pesar de ser delicado en apariencia, mi constitución era muy sólida y no sentía ninguna perturbación de las que hubiese podido matar a cualquier otro.
En aquel tiempo, los negocios de mi padre no funcionaban , y debimos salir de Italia e ir a Francia para conseguir nuevamente fortuna. Nos quedamos varios meses en París - que había ya visitado varios años antes. Una vida muy simple siguió a nuestra lujosa vida pasada, y puedo asegurarle que fue esa la época más triste de mi vida. El carácter de mi padre se había agriado; incluso en París sus negocios iban cada vez peor. Mi institutriz se fue por aquella época, y entré como externo a un pensionado parisino.
No soportaba las lecciones del colegio y, como tenía más tiempo para mi, por no tener la obligación de seguir los cursos regulares, declaré que no tenía ninguna vocación para la ingeniería, profesión a la que mi padre me quería destinar, y que deseaba estudiar pintura, ya que tenía bastante talento para el dibujo.
Con mi astucia y persuación, confencí a mi padre de que era mejor que dejara el colegio y me instalara en lo de un pintor, a lo del cual, por otra parte, solo iba cada tanto, porque prefería seguir caminando por París, visitar las galerías y los museos. A la mañana iba a lo del pintor, que vivía muy lejos de nuestra casa, y a la tarde me dedicaba a leer y dibujar.
Esta época fue bastante agradable pero el deseo de pertenecer a un hombre me seguía permanentemente y me sentía muy desdichado por pertenecer a un sexo que no era el mismo de mi alma.
Seguía en mi vicio solitario, que al poco tiempo no tuvo ningún atractivo para mí y que, con el tiempo abandoné ya que me empecé a cansar del cuerpo y el espíritu que no me ofrecían casi placer.
Después de varios meses de estadía en París volvimos a Italia, en donde mi padre siguió con sus negocios. Entré entonces en una Academia de Bellas Artes, pero no tenía ninguna pasión por el arte y solo iba para no ser forzado a hacer alguna otra cosa que, en el estado psiquico en el que me encontraba, me hubiese resultado repulsivo. Los muchachos a mi alrededor, en la Academia, me parecían horriblemente comunes e inobles; tenía feas manos y las mías eran las más lindas y cuidadas. Estaba, por otra parte, muy orgulloso de mi cuna, de mis viajes y de mi instrucción superior y no tenía ganas de mezclarme con gente tan común, casi todos hijos de carniceros o de comerciantes. En la actualidad, varios son agradables artistas y yo no hice ni un paso en el arte que elegí, es verdad que por capricho mío.
Era libre ya que no iba seguido a la escuela y pasaba gran parte de mi tiempo a meditar y leer. Fue en este tiempo que llevado por algunos de mis compañeros y primos de mi edad que entré por primera vez en una casa pública. Salí asqueado y triste. Las mujeres no me atraían y solo sentía repugnancia por ellas.
Una de ellas me beso y sentí un gran asco por esta asquerosa persona, al punto que me escapé de ella como pude y me fui lo más rápido posible, a la gran sorpresa de quienes me habían acompañado a ese lugar. Volví varias veces con el firme propósito de vencer mi repugnancia y hacer lo mismo que los otros, pero nunca lo logré. Quedaba helado ante las más ardientes caricias y sentía un horrible disgusto.
Uno de mis amigos, un joven libertino, quiso que asistiera un día a sus encuentros con una de estas mujeres, pero no pude vencer mi aversión y esta escena de lujuria me dejó totalmente frío.
Estos malos lugares me inspiran, sin embargo, una especie de atracción misteriosa y varias veces sentí envidia, no de los que van, sino de las que permanecen.
Me empecé a considerar un ser excepcional y fantástico, un ser a cuya fabricación la naturaleza se equivocó y que a pesar de reconocer el horror de su estado, nada puede hacer para remediarlo. Perdí el gusto por todo, mi alma triste y ensombrecida se abandonó a una tristesa rofunda, y me sentí totalmente abatido.
Me pasaba las mañanas y los días caminando en los parques y paseos, solitario, lleno de una gran tristesa, dudando de todo, de la Naturaleza, de Dios. Me preguntaba por qué había nacido en una condición tan miserable y qué crimen había cometido para ser castigado de una manera tan atroz.
Todos los que me rodeaban no se daban cuenta de nada y atribuían mi silencio y mi tristesa al mal carácter o a mi bizarría natural. Mi padre estaba muy absorbido por sus negocios y la reconstitución de su fortuna; mi madre pensaba en la casa y en las visitas y no era de naturaleza a preocuparse de los problemas del alma.
Mis hermanos estaban lejos. Me quedaba solo, presa de mis dolores y mis tristes pensamientos. Veía toda mi vida destruida por una horrible pasión...

lunes, 14 de mayo de 2007

¿qué es un gay?

Estaba leyendo en el suplento cultural de un diario, la reseña que varios autores hacen de los diarios de Bioy Casares sobre Borges que se publicaron hace sesi meses. Todos los autores coinciden en la inmensa amistad que unía a los dos grandes autores y que perduró durante cincuenta años. Pero la verdad, cuando lo leo veo una relación gay no declarada (a pesar de que los autores sean abiertamente homofóbicos...o tal vez por eso). Ojo, no quiero decir que fueran gay y que no se supiera públicamente, nada más lejos. Lo que quiero decir es que ese tipo de amistades demasiado exclusivas me parecen un tipo de relación de pareja no declarada.

¿hasta dónde llega la amistad y dónde empieza el amor?
Antes esta cuestión no se planteaba porque las estrictas reglas de la sociedad victoriana establecían que la amistad entre hombres y mujeres solo se podía dar si no había peligro de sexo, por ejemplo entre una respetable señora mayor y un joven de 20. Pero en los casos en los que había la posibilidad (aunque sea la posibilidad que esa obsecionada sociedad imaginaba) se vedaba la relación porque podía "comprometer a la señora".
Por el contrario, como se quería ignorar la homosexualidad, se incentivaba la amistad entre hombres. El caso paradigmático es el del club de caballeros inglés en donde solo entraban hombres o, incluso, la universidad (donde también).
En resumen, en esa sociedad la diferencia entre la relación y el amor estaba en el sexo de la persona. Pero, con el desarrollo de la sociedad esta distinción no pudo mantenerse desde que se permitió la amistad entre personas de diferentes sexos. El problema que se plantea es qué pasa con la amistad entre personas del mismo sexo. ¿podemos decir que es solo amistad o en los casos en que son demasiado amigos, hay que sospechar?
Por mi parte, sospecho y eso me obliga a aceptar que las relaciones gays pueden tomar diversas formas: puede ser una relación con sexo (al mejor estilo pareja paqui) o puede ser una relación en donde el sexo está sublimado (al mejor estilo amigos del alma).
Acá voy a decir una herejía por la que me podrían quemar si me agarraran: considero que la relación entre el Martin Fierro y Cruz es una relación gay. Vamos a los indicios: Cruz ve que Fierro está peleando con la policía y lo ayuda porque considera que está bien y los dos se escapan a territorio indio. Viven juntos en ese territorio y son amigos del alma (a pesar de las historias con indias de los protagonistas).
Pero en ese punto se plantea la cuestión de la amistad entre hombres ¿en qué grado es una simple amistad y en qué grado una relación de pareja que no quiere decir su nombre? La respuesta más evidente es que en los mismos casos en que le ocurre a los paquis...y entonces dejemos que ellos se encarguen de dilucidar el tema.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Confesión de un joven gay (segunda parte)

Para el que no leyó la entrada anterior (que de todos modos pueden leer más abajo), le cuento que este texto que estoy traduciendo está sacado de un libro de fines del sigloXIX sobre la homosexualidad. Este libro tiene la particularidad de incluir un relato verdadero que recibió un famoso escritor (Emile Zola) de un joven de 23 años gay que le contaba su vida y sus aventuras. Es el único relato de primera mano sobre el tema y me parece interesante para ver como se vivía la homosexualidad en esa época.
Acá va la segunda parte.
Advierto que el pudoroso escritor del libro (no el del testimonio) consideró necesario que las partes interesantes (las de sexo) se tradujeran al latín, para no choquear a su público, y así el cretino, sucio y asqueroso homofóbico, nos dejó sin partes interesantes del libro. Si algun gay erudito sabe latín y tiene ganas puede traducir esas partes que están en cursiva. De todos modos, y sin querer hacerme el sabio, yo algunas palabras entendí. Por ejemplo, tengo muy buenas razones para pensar que entendí perfectamente la palabra "erectum" y "libidine".


II- Infancia – Primeras desviaciones.
A los cinco años, me mandaron a la escuela pero solo permanecí algunas semanas, hasta que el médico de la casa percibió que me volvía pálido y enfermo si permanecía mucho tiempo en los bancos de la escuela.
Cuando tenía siete años cambiamos de residencia y nos fuimos a vivir a Florencia. Los negocios de mi padre funcionaban magníficamente lo que nos permitió tener un magnífico coche, sirviente, y una linda casa en donde mi padre reunió todo lo bello y elegante que es posible imaginar. Se contrató una institutriz para mí y enseguida sentí una exaltada amistad para con esta señora que era muy distinguida y me quería mucho. La prefería mucho más que a mi madre, que estaba muy celosa y trataba en lo posible de separarme de ella, lo que no consiguió. A los siete años era tan encantador como había sido anteriormente, con una inteligencia que asombraba a todos los que se me acercaban. Tenía la mayor de las admiraciones por todo lo que era grande y bello y tenía una verdadera pasión por todas las bellas damas y las reinas de las que leía, con mi institutriz, la historia.
Tuve una violenta admiración por la Revolución Francesa y un día que encontré un resumen de la Historia de los Girondinos de Lamartine, devoré el libro en un par de horas. De noche soñaba y no dejaba de querer hablar de esta época grandiosa de la historia de Francia. María Antonieta, la Sra. Elizabeth, la princesa de Lamballe fueron mis grandes pasiones; me gustaban menos los héroes y las heroínas populares, al haber tenido siempre una admiración sin límites por las heroínas y las mujeres desgraciadas, vestidas de terciopelo y llevando abrigos de piel. Mi progreso en el estudio fue rápido, lo que sorprendió incluso a mis maestros por la rapidez con la que aprendía y concebía todas las cosas.
Era en aquel momento totalmente inocente y no sospechaba nada de nada. Iba mucho, con mi gobernanta a los museos y, a pesar de ser joven, me apasionaba por las artes, para las que tuve una gran simpatía. La vista de una obra maestra me sacudía violentamente y el estudio de la mitología, que me lo hicieron hacer frente a las obras maestras antiguas, me apasionó. Soñaba con los Héroes, Dioses, Diosas; la guerra de Troya me causó una gran impresión, pero, cosa extraña y que solo pensé más tarde, todos mis pensamientos y mis entusiasmos iban hacia los héroes antes que hacia las heroínas. Admiraba mucho a Elena, Venus y Andrómaca, pero mi gran amor, mi gran admiración era para Héctor, Aquiles y Paris, pero sobre todo para el primero. Me apasionaba por él y me imaginaba siendo Andrómaca, para poder tener en mis brazos el héroe BARDÉ de hierro y cuyas bellas formas atléticas, los bellos brazos desnudos y el casco alto me hacían pensar durante horas. Me acuerdo todavía de las dulces emociones de esas horas pasadas en los largos corredores del museo en donde veía tantos bellos héroes y dioses desnudos que mi imaginación amaba dándoles una voz imaginaria. Me quedaba horas enteras pensando en la felicidad de este mundo de mármol, tan perfecto, tan por encima de la realidad y no podía explicarme todo lo que sentía.
Ya entonces me gustaba la soledad y casi puedo decir que los juegos de los varones me asustaban. Mis hermanos eran muy grandes para ocuparse de mi, y, por otra parte, pasaban poco tiempo en casa. Nunca tuve demasiada simpatía por ellos. Mi hermano mayor era muy lindo, los dos otros lo eran menos, sobre todo el tercero que, con sus piernas cortas y sus largos brazos, era igual a la familia de mi madre que, gracias a Dios, vive lejos y que no quiero. Todos mis hermanos se encuentran en buena posición; tienen todos una familia y son muy felices, sobre todo los dos primeros. Me quedé solo en la casa paterna, lo que no me molesta mucho.
Continuaba entonces mis estudios pero de manera muy irregular. Estudié varias lenguas y devoraba todas las literaturas entusiasmándome por todo los que era bello y sobre todo poético. Los versos ejercían una gran influencia en mí. Sus cadencias me daban verdaderos escalofrío y aprendía de memoria largos monólogos y escenas enteras de mis tragedias preferidas. La música también me gustaba enormemente. Me sentía transportado por los lindos versos como por la buena música. Vivía realmente en un mundo ideal como un niño de diez años nunca lo imaginó en sueños. Me apasionaba siempre por las bellas heroínas de la historia y los poemas y los quería como amigas, ya que la mujer me pareció siempre un ser exquisito y encantador, tan lejos de lo terreno que lo pensaba como una divinidad.
Tuve entonces un gran fervor por la Virgen María, que consideré como el prototipo y modelo de todas las mujeres. Me interesaba participar de su Naturaleza Divina y pasaba varios meses en la mayor de las devociones, cosa extraordinaria dado que en nuestra casa todas las prácticas religiosas habían sido abolidas y nadie se ocupaba de ellas. Mi madre había conservado de su antigua religión el odio hacia las iglesias y la pompa religiosa, y era esto, sobre todo lo que me gustaba. Entonces cambié de gusto y, en lugar de Helena, las diosas y los héroes, me empezaron a gustar las Santas, las Vírgenes y los Mártires. Las paredes de mi habitación fueron cubiertas por pequeñas imágenes de santos y ángeles ante los cuales decía mis plegarias casi todas las horas. En el medio de mis clases pedía salir con cualquier excusa y corría a mi habitación para rezarle a la encantadora Madonna que consideraba como una hermana, como una amiga.
La devoción duró poco y, no sé cómo, desapareció de repente. Acuso siempre a una imagen de Santa Magdalena de Pazzi que tenía la mucama de mi madre y que me parecía tan horrible que no podía conservar la seriedad ante este pequeño monstruo. Desde entonces, mi admiración hacia las Vírgenes y las Santas desapareció y recaí en plena mitología. Casi me transformé en un idólatra y compre una estatuilla de Venus para quemarle incienso y llevarle un ramo todas las mañanas.
Desde hacía un tiempo sentía estremecerse en mí una nueva vida. No podía permanecer quieto y en mis fantasías se presentaban las más bellas imágenes que me mantenían despierto noches enteras. Leía todo lo que me caía bajo el brazo y devoraba las novelas clásicas que estaban en la biblioteca de mi padre. Esto me encendió y me volví tan apasionado, tan nervioso que todo el mundo se sintió maravillado. Hablaba a tontas y locas y en esta explosión de juventud pasaba de los más audaces pensamientos y de la exaltación más fuerte a tristezas y abatimientos sin causa aparente. Muchas veces lloraba solo y para consolarme me refugiaba en un mundo imaginario.
Mi pasión por los vestidos siempre estuvo presente y cuando estaba solo me instalaba frente al espejo de mi madre y me paseaba llevando tras mío las sábanas de mi cama o viejos chales cuyas caídas caían sobre mí. Siempre sentía el deseo de cubrirme con largos velos, y esta pasión, que no me había abandonado desde la tierna infancia, volvió con fuerza.
Un día, una amiga de mi madre me dijo bromeando que empezaban a notarse mis bigotes. Casi la estrangulo tanto esta insinuación me pareció insultante y la noticia me fue muy dolorosa. Corrí rápido hacia un espejo y me sentí mucho más tranquilo al ver mis bellos labios libres de ese asqueroso pelo que me asustaba tanto.
Me gustaba sentirme mujer, con la imaginación y la belleza que consideraba que tenía y las aventuras que imaginaba me hacían estremecer de placer.
A los trece años era todavía muy inocente y no sabía nada sobre la unión de los sexos y las diferencias que existen entre ellos. Esto parece extraño para un niño tan avanzado para su edad, pero juro que es verdad. Vivía demasiado para el corazón y la imaginación y amaba demasiado todo lo que era ideal para ver las cosas que estaban más cerca de mí.
Un niño, de unos quince años se encargó de poner fin a mi inocencia sobre este tema. Fue durante una estadía en una ciudad de baños a donde todos nuestro personal doméstico nos había seguido. Iba seguido a los establos a ver nuestros caballos y me gustaba jugar y charlar con un chico de mi edad con el cual me dejaban a veces correr en el gran jardín. En poco tiempo este chico me instruyó y me volvió tan sabio como él. Cuando supe como se hacían los bebés, me indigné y sentí un profundo asco de mis padres que no habían tenido vergüenza de hacerme de esta horrible manera.
Estas conversaciones terminaron por aburrirme terriblemente ya que si bien estaba dotado con una gran inteligencia, lo estaba menos en lo que la físico respecta y a los trece todavía no era un hombre.
Este chico se corrompió varias veces ante mí y, aunque estaba loco por imitarlo y sangre hirviendo circulaba por mis venas, no podía conseguirlo cuando estaba solo.
Al poco tiempo este chico fue echado y si bien no olvidé sus lecciones, no pensaba demasiado. Lo que sin embargo me extrañaba mucho es que siempre hablaba de acostarse con mujeres desnudas y hacerle lo que les hacían, mientras que yo no sentía ningún deseo de hacer eso y me parecía lo más natural acostarme con un hombre. Creía que era muy débil, muy lindo, muy delicado para dormir con mujeres, a las que me parecía mucho y, por otra parte, nunca hubiese tenido el coraje de hacerlo.
El hombre me pareció desde entonces mucho más lindo que la mujer, ya que admiraba en él una fuerza, un vigor de las formas, que no tenía y que me parecía que nunca iba a poseer. Siempre me había imaginado como una mujer y, desde entonces, todos mis deseos fueron de mujer.
En aquel entonces tenía algunos amigos y, sin darme cuenta, comencé a sentir una amistad exagerada hacia ellos. Sentía celos y, cuando me pasaban el brazo por la espalda, me estremecía. Mi gran alegría era darles prueba de mi afecto y hacer pequeños sacrificios por ellos. Me dolía su indiferencia y sus gustos ruidosos que diferían de los míos y me hubiese gustado que se ocuparan solo de mí.
Pero lo que sobre todo me atraían eran los hombres maduros, de treinta a cuarenta años. Admiraba sus bellas formas, sus voces graves que contrastaban de manera evidente con nuestras voces todavía infantiles. No me daba cuenta de lo que sentía pero hubiera dado todo lo que tenía por ser agarrado en sus brazos y juntar mi persona a las suyas.
Pasaba noches enteras soñando con estas cosas y pensando que eran reales. No sabía entonces hasta donde puede caer el vicio horrible que alimentaba sin saberlo y contra mi voluntad, y que en el futuro me volvió tan desdichado.
Un empleado que estaba desde hacía poco en nuestra casa, y que tenía una figura soberbia, con sus bigotes negros, atraía toda mi atención. Por medio de pequeños engaños de niño buscaba que hablara de cosas indecentes y él lo hacía gustoso. Lo quería mucho y deseaba que estuviera al lado mío cuando iba a cualquier lado. Me acompañaba a la noche a mi habitación en el segundo piso y se quedaba cerca de mí hasta que estuviera casi dormido. Le hacía hablar sobre sus amantes, sobre los malos lugares donde iba y, tanto me gustaba que me quedaba muchas horas después despierto y lleno de deseos de los que no me daba casi cuenta. Me hubiera gustado tenerlo acostado al lado mío, sentir su cuerpo rubio y respetuoso; me hubiera gustado besarlo y tenerlo cerca para darle y recibir placer. Mis deseos se detenían ahí y no pensaba que pudiera pasar algo más. Una noche, después de una larga conversación sobre nuestro tema favorito, y después de preguntarle sobre las cosas más indecentes, sentí de repente el deseo de conocerlo enteramente y sin vergüenza, en broma Eum rogavi ut mihi inguen suum ostenderet, ut viderem an tam ingens pulchrunque esset quam diceret. Primum noluit, sed, quum pollicitus sum nihil de com me dicturum esse, bracas aperuit illudque mihi ostendit erectum, quae qudem erectio ex verbis meis evenerat. Accésit ad tectulum in quo jaciebam libídine et pudore anhelans. Nunquam videram inguen adulti viri, et tam commotus fui ut ne verbum qudem proferre potuerim. Nescio que vi, que eupiditate innata impulsus, illud dextra prehendi, multunque fricabam, dicens : « Quam pulchrum est! Quam pulchrum” Furiosa cupidine ardebam ut aliquid facerem ex hoc inguine quod dextram totam implebat, acriterque eupiebam in corpore meo foramen esse quo in me posset introdu quod tam rehementer appetebam.
Al escuchar un ruido el empleado se cubrió enseguida y se retiró dejándome hirviendo en deseos que nunca antes había tenido y que no creí que pudieran existir. En el fondo, había ya una especie de desesperanza y la convicción de que no podría jamás gozar de lo que hubiese amado tanto.
La noche siguiente quise retomar la escena de la horrible noche, pero el hombre, aparentemente, temió alguna indiscreción y no quiso mostrar nada más. Yo estaba furioso.
Una noche este empleado fue descubierto y casi echado por mi padre ya que supo que casi todas las noches hacía entrar a sus mujeres a la casa.
Al enterarme de esto, y al enterarme que había cerca una persona que gozaba de él, al que yo tanto deseaba, lloré de rabia y maldije al cielo por no haberme hecho nacer mujer.
Al poco tiempo este hombre dejó de trabajar en casa y no me preocupó mucho. Era muy joven entonces y lo que me impresionaba, por más fuerte que fuera, no duraba demasiado.
Continuará.

jueves, 3 de mayo de 2007

Confesión de un joven gay

El texto que está acá abajo es una traducción de una parte de un libro del siglo XIX (publicado en 1896). El autor, Georges de Saint-Paul, decidió estudiar la homosexualidad. Para eso recavó la información existente en la época. El escritor Emile Zola (importante escritor francés de la segunda mitad del siglo XIX, que tuvo una importante participación en el famoso caso Dreyfus), cuando se enteró de que estaba investigando el tema, le prestó una carta que había recibido de un joven homosexual italiano. En esta carta, el chico de 23 años cuenta su experiencia en tanto gay. Es muy interesante esta carta porque es el único testimonio que conozco de una confesión sobre el tema en ese siglo. La gente no hablaba de la homosexualidad porque daba vergüenza y no se sabe qué pensaban del tema. Se piensa que lo vivían con culpa pero todos los testimonios sobre el tema eran de los no homosexuales, sobre todo de los médicos que los veían como enfermos. Entonces una carta en donde un gay dice como vive su homosexualidad, como se dio cuenta de que era gay, cuáles fueron sus primeras relaciones sexuales y como hacía para vivir su sexualidad en una sociedad que lo consideraba un infierno, todo esto no aparece en otra fuente que no sea esta. Me pareció interesante, entonces, traducirla para que se vea como era ser hay hace 150 años.
Como la carta es muy larga, la voy traduciendo de a poco. Esta primera parte, cuenta sobre la infancia y de este chico. Lo interesante de esta parte es que él mismo se ve como un enfermo. Era tanta la presión social y el discurso dominante que él solo se podía ver como un enfermo y expresar su dolor por esto. Pero al mismo tiempo, está diciendo dos cosas más bastante interesantes: por un lado, está rechazando la idea común en esa época de que la homosexualidad era el producto de una familia violenta, con taras herditarias o por la personalidad fuerte de la madre. En este caso, la familia es totalmente normal (bueno, todo lo normal que puede ser una familia con un padre bohemio que se patina la guita y no vive obsecionado con ella), demuestra que quiere a sus padres (más a su padre que a su madre) y sobre todo que no tiene una relación fuerte con su madre ni que ella era una persona dominante (qué bien le hubiese hecho a Freud leer este testimonio). Por otra parte, lo que el autor dice entre líneas es que el es gay de nacimiento, que no se dio cuenta después sino que era así de fábrica.
De todos modos hay que tener cuidado porque el chico está demasiado influido por las ideas de la época que asociaban la homosexualidad con la feminidad, o sea que decían que un homosexual es un hombre con espíritu de mujer. Esta idea está presente en el autor que quiere ver en el hecho de que le gustaba vestirse con polleras cuando era chico una muestra de su homosexualidad.
La introducción del autor, Saint-Georges, es interesante porque es un compendio de todos los prejuicios existentes en la época sobre el tema. Un tipo que decide estudiar el tema de la homosexualidad piensa que los gay son enfermos y monstruosos. De ahí en más todas sus conclusiones son falsas porque lo que él quiere demostrar es que la sociedad es normal y los gays son anormales (usa la palabra). De todos modos, el inconciente freudiano le jugó una mala pasada ya que le reprocha al gay generar "codicia" en la sociedad. La pregunta es ¿quién lo codicia al pobre chico? Ve como malo que genere codicia en los demás pero, yo y todos los lectores de este blog, lamentamos informarle que si alguien lo codicia es porque esa persona es también gay y que si esos gays lo codician no es culpa del pobre gay. Para decirlo en otras palabras es como si dijera de un negro "siendo negro, genera en la sociedad el deseo de pegarle, que mal el negro!!". Es absurdo pero permite medir todo el odio que existía contra los homosexuales.
Espero que les guste y a medida que vaya teniendo tiempo voy a ir traduciendo las otras partes (que son más interesantes).



SAINT-PAUL, Georges, Perversión y perversidad sexual. Una investigación médica sobre la inversión. Notas y documentos. La novela de un invertido nato. El proceso Wilde. La cura y la profilaxis de la inversión, París, Georges Carré, 1896.

Capítulo II: Observaciones tipo de un invertido nato femeniforme.
Una de las ventajas de una investigación psicológica es que ilumina algunos documentos perdidos en la oscuridad. Es cierto que no es totalmente el caso de la novela de un invertido nato. Desde hace tiempo, Emile Zola reconoció todo su valor. Apenas supo de mis investigaciones, me ofreció comunicármela. Acepté gustoso y lo publiqué en los Archivos de Antropología criminal y psicológica normal y patológica.
Esta confesión es sincera; es verdadera de una verdad que se siente en la emoción, las tristezas que, a veces, en el curso del relato, toma el tema de sentir una diformidad, casi una monstruosidad; de ser en el medio de la sociedad humana un ser anormal, inútil y peligroso por los ejemplos que provoca por las codicias que suscita. Sin duda, en ciertos momentos, cuando el recuerdo de los goces culpables reaparece en su imaginación, la pasión se impone y actúa. Pero, contrariamente a la mayoría de los documentos de esta naturaleza, esta confesión sólo encierra, en la ilustración de los malo instintos, lo que es indispensable conocer para tener del autor una idea precisa, para comprender sus sentimientos, sus necesidades, su voluntad y sus ideas, para, en una palabra, poder determinar su psicología. No abusa ni de los términos desubicados, ni de las ilustraciones licenciosas. De nacimiento aristocrático, al haber recibido una educación esmerada, refinado de instinto y viviendo en un medio delicado, sabe muy bien lo que debe al ilustre autor al que se confiesa, por tener un objetivo otro que el de pintarse tanto bien como mal, mostrando e investigando sus heridas, pero solamente para hacerlas conocer, y, por así decir de manera muy psicológica, por instantes solamente perturbado por los recuerdos que queman del pecado adorado y maldito.
Creí necesario poner en latín algunos pasajes; no era de ningún modo necesario en un libro sobre la inversión, pero lo hice por respeto hacia las personas no habituadas a los estudios médicos, a las manos de quienes podría llegar este documento.

La novela de un invertido nato (documento entregado por el Sr. Emile Zola).
I. Carta al Sr. Emile Zola – Antecedentes – Primera infancia.

Sr. Emile Zola,
Es a Ud. Señor, que es el más importante novelista de nuestro tiempo, y que, con el ojo del sabio y del artista, capta e ilustra con tal potencia todos los desvíos, todas las vergüenzas, todas las enfermedades que afligen a la humanidad, que entrego estos documentos humanos tan buscados por los letrados de nuestra época.
Esta confesión, que ningún director espiritual oyó nunca de mis labios, le mostrará una terrible enfermedad del alma, un caso raro – sino desgraciadamente único – que fue estudiado por sabios psicólogos, pero que hasta el presente ningún novelista se atrevió a poner en escena en una obra literaria. Balzac escribió la “Bella de los ojos de oro” pero solo entrevió el horrible vicio que aparece a esta historia. Sarrazine ama realmente a Zambonelle, pero lo cree mujer y deja de amarlo una vez descubierta la verdad. No es, entonces, el caso tan horrible del que le quiero hablar.
Ud. Mismo, Señor, en su admirable libro La Curée, apenas tocó, en la persona de Bautista, uno de los más terribles vicios que deshonran a la humanidad. Este hombre es despreciable, ya que la lujuria a la que se abandona no tiene nada que ver con el amor y es un asunto puramente material, una cuestión de conformación que los médicos observaron y describieron más de una vez. Todo esto es muy común y muy asqueroso y no tiene relación con la confesión que le envío y que puede tal vez servirle.
No soy francés – a pesar de que conozco las más importantes ciudades de Francia y que incluso viví un tiempo en París. Le escribo seguramente de manera muy incorrecta. Hace tiempo que no hablo ni escribo en este idioma; sepa Ud. disculpar las incorrecciones y las faltas que seguramente abundan en estas páginas.
No sé si Ud. conoce el italiano. Si hubiese podido escribirle en este idioma, me habría seguramente expresado mejor. No me interesa en lo más mínimo el estilo, sino que le diré simplemente lo que puede interesarle. A través de estas líneas, mal escritas, descubrirá con su ojo de águila y su corazón de artista, la herida de un alma que una fatalidad horrible parece perseguir, que tiene vergüenza de sí misma, y que, de hecho, sólo encontrará paz y alegría cuando descanse en esta Tierra que Ud. maravillosamente describió.

Tengo 23 años y nací en el seno de una familia con una fortuna importante e independiente. En este sentido, no puedo desear más. Mi padre es católico, se dice deísta, pero su religión se asemeja más a una suerte de panteísmo, lo cual no quiere aceptar. Mi madre es una judía conversa pero fiel a su religión, a pesar de que solo observa los principios prácticos. Soy el cuarto hijo nacido de este matrimonio. Mi padre es uno de los más bellos ancianos que se pueda imaginar. Una figura de patriarca que atrae la atención incluso en la calle. Fue maravillosamente bello en su juventud y lo es todavía a una edad bastante avanzada.
Nuestra familia es originaria de España, pero instalada desde hace siglos en Italia. Mi padre se casó a los 19 años. Mi madre tenía 18 y era mucho más rica que mi padre. Se amaron profundamente y todavía se quieren. Mi padre es de un temperamento muy impresionable y nervioso, artista hasta la médula; tuvo una vida bastante aventurada con altos y bajos considerables; pero, incluso en los momentos en que la fortuna parecía abandonarlo, no se dejó ganar por la desesperación y siempre volvió a tener fortuna. Siempre ganó mucho y gasto en consecuencia. Hace unos años hizo una gran fortuna en la Bolsa, pero también la perdió. Sin ser rico, actualmente se encuentra en buena posición, y puede rodearse del lujo que siempre amó. Recorrió varias capitales de Europa y su familia casi siempre lo siguió. Le atrae poco el mundo y lo frecuentó poco, fuera de sus relaciones comerciales. Ama apasionadamente el arte y le gusta rodearse de cosas bellas, de lindas estatuas y bellas pinturas. Incluso en las épocas en la que fortuna le sonreía poco, se pasaba de las cosas necesarias para comprar un lindo libro o un lindo gravado; lo que contrariaba considerablemente a mi madre, más ahorrativa por instinto de raza. Ama su familia con pasión y haría todos los sacrificios posibles para vernos felices y contentos, pero tiene sus días de malhumor, y entonces, cuidado con el que se acerque. Toma siempre resoluciones extremas sin pensar demasiado y esto le trajo unos cuantos problemas. Ha visto muchas cosas, viajó mucho, ganó mucho, gastó mucho. Ama apasionadamente la lectura y, desde que tenemos una residencia fija, si constituyó una hermosa biblioteca. Su inteligencia está muy desarrollada, su frente es magnífico, su talla es media pero parece muy grande. El Sr. Desbarolles, que consultó hace muchos años en París, le dijo que había nacido bajo la influencia de Júpiter y Venus y que haría nuevamente fortuna, lo que ocurrió.
Cultiva con bastante éxito la música y toca bastante bien el piano. Tuvo éxito en la interpretación de la melodía pero es rebelde en cuanto a la armonía. En su tiempo, se dedicaba también a la pintura al óleo y a la acuarela, pero ya no lo hace porque dice que apenas tocaba sus lápices y sus pinceles le iba mal en los asuntos económicos. Está muy orgulloso de su gran belleza y es muy cuidadoso con su gran barba y sus lindos cabellos plateados. Conserva un tierno recuerdo de su padre que, según todos los que lo conocieron, era uno de los más hermosos hombres de su tiempo y se hacía amar y respetar por todos aquellos que lo conocían. Se murió bastante joven de un problema cardíaco.
Mi madre fue muy linda en su juventud, a pesar de salir de una familia muy fea y vulgar. Siempre tuvo poca inteligencia y le reprocho a mi padre el haberse aliado con una familia tan fea y poco distinguida. Me dice que era muy joven entonces y no comprendía realmente la importancia que hay que darle al matrimonio.
Al ver a mi madre que, a sus cincuenta años tiene todavía una linda forma, a pesar de que su figura se haya arruinado, pienso siempre a su personaje de Ángeles de la Curée. Es la misma dulzura, la misma falta de energía, una sorprendente debilidad de carácter; -- no puede leer una simple anécdota sentimental sin llorar; tiene poca memoria y lo único que la salva es su enorme bondad. Sin embargo, en ciertos asuntos se muestra particularmente voluntariosa y nadie puede sacarle de la cabeza lo que decidió. Siempre pienso que es una de las cualidades o uno de los defectos inherentes a la raza de la que desciende y a la cual no le tengo ninguna simpatía, e incluso una secreta repulsión. Amo, sin embargo a mi madre, pero en mi imaginación la deseo diferente – sentimiento que lamento mucho y que me reprocho siempre.
Nací diez años después de mi anterior hermano y cuando el mayor tenía catorce años. Mi nacimiento desoló a mi madre que esperaba que, después de tres varones, tendría una niña. Era, sin embargo, lindo y simpático como una nena, y siempre me cuentan que aquellos que me veían en los brazos de mi madre, con mis hermosos rizos dorados y mis lindos ojos azules, decían: “pero no es posible que sea un varón”.
Cada vez que me ve, mi niñera me dice que las mujeres que conocía me habían apodado la pequeña madona por ser tan simpático y delicado. Tengo un retrato mío a los dos años y puedo asegurarle que no existe un niño más lindo.
Toda la familia estaba orgullosa de mí, sobre todo mi madre. Mi inteligencia se desarrolló muy temprano y fui considerado como un prodigio. Estaba solo en casa, ya que mis hermanos estaban en pensión en una ciudad vecina; estaba muy orgulloso de mi encanto y, incluso tan chiquito, me llenaba de placer al escuchar hablar sobre mi belleza. Todavía me acuerdo el ronroneo de alegría y placer que recorría toda mi pequeña persona cuando salía con mi pequeño traje de azul bien atado con nudos azules y mi sombrero de campesino.
Cuando tuve 14 años me sacaron mis vestidos para ponerme pantalones y pequeñas camisas. Cuando me vistieron de hombre sentí una gran vergüenza, y me acuerdo como si fuera hoy, que me escondí para llorar en el cuarto de la sirvienta que tuvo que volver a vestirme de mujer. Siempre se ríen cuando recuerdan mis gritos de desesperación cuando vi que me sacaban mis pequeños vestidos blancos que eran mi alegría.
Me parecía que me sacaban algo que estaba destinado a llevar siempre. Fue mi primer gran dolor.