Hace un tiempo leí sobre el caso Germiny, un caso judicial que ocurrió en Francia en 1876 y que muestra bien como era la situación de los políticos homosexuales hace unas décadas.
El 6 de diciembre de 1876 el diputado católico Eugene de Germiny de 35 años deja a su esposa en su casa a las 22: 30 y parte a hacer su habitual paseo nocturno. Caminaba por los Campos Eliseos, en donde existían una serie de baños públicos. Esa noche, la división moralidad de la policía estaba esperando en uno de los baños, el más cerano a un famoso bar de la época. Según los relatos de la policía, a las 22:40, el Conde de Germiny entra a uno de los baños, mira discretamente a su alrededor y sale y vuelve a entrar nuevamente. A las 23, entra un jovencito, afeminado, de 18 años, que después se sabrá que se llama Pierre Chouart, hacen un par de movimientos que la policía conoce bien, y se juntan en la oscuridad. Unos minutos después, la policía los arresta. Germiny trata de resistir al arresto y es encarcelado.
La esposa, al mismo tiempo, se despierta a la noche, y al no ver a su marido se preocupa y va a la casa de su madre. Las dos mujeres, finalmente, deciden, a la mañana siguiente, dirigirse a la comisaría en donde el policía que las atiende no se atreve a decirles nada.
Al mismo tiempo, la noticia se propaga en todos los diarios y antes del mediodía todo París está enterado y unas horas despúes toda Francia.
Esta noticia se da en un contexto político muy particular en Francia. Desde 1870 el país vivía bajo un sistema republicano. Pero el sistema todavía no estaba consolidado. Por un lado, estaban los aristócratas que querían que se volviera a una monarquía. Al mismo tiempo, la Asamblea Nacional, estaba dividida en dos grandes fracciones: los católicos y los anticlericales. Estos grupos se debatían entre la separación de la iglesia y el Estado o un Estado católico.
La familia del diputado, escandalizada, intenta ofrecer dinero a los medios de comunicación para que acallen la noticia. Actúan como era costumbre que actuaran las familias en las que había un hijo homosexual. Estos era, generalmente, víctimas de los chantajistas que extorcionaban a las familias, amenazándolos de denunciarlos, lo que podía acarrear que perdieran el empleo y la consideración social de toda la familia. Pero el caso era demasiado grande para poder acallarlo tan fácilmente.
La familia intenta entonces la otra solución que se usaba en la época, la de decir que la persona estaba loca y así salvar el honor de la familia. En este caso, era muy difícil porque el Conde de Germiny era un miembro importante del partido católico y de haberlo declarado loco, se manchaba el honor de todo el partido y sobre todo de sus compañeros de bancada, que iban a tener que explicar por qué no se habían dado cuenta.
El 23 de diciembre se incia el juicio contra Germiny. Los arrestos de la división moralidad de la policía eran llevados ante el juez correccional. En su defensa, Germiny dijo que, habiendo recibido denuncias como diputado del maltrato de la policía de costumbres, había decidido ir a ver, por sus propios ojos, cuanto de cierto había en las denuncias. La prensa se hizo un festín, sobre todo porque en el juicio tuvieron que declarar, el interesado, el chico de 18 años y los policías que actuaron en el arresto. Finalmente, el tribunal decidió condenar a Germiny a dos meses de cárcel y a 200 francos de multa y a Chouard a 100 francos de multa y 15 días de arresto.
En las elecciones siguientes, Germiny no se presentó. Chouard, por su lado, aparece en la lista de homosexuales arrestados en varias ocasiones en los años siguientes. En cuanto a Germiny, en 1886 se va de Francia y se viene a vivir a la Argentina en donde muere a los 56 años, en 1898.
Este caso es interesante porque habla de una institución de la que ahora se habla poco pero que existió también en Argentina durante décadas. Era la policía de costumbres. Esta división de la policía se encargaba de vigilar la moralidad de la población. Para eso, vestía a policía de civil y los sacaba a la calle en donde se levantaban a los gays que pasaban por ahí. Cuando iban a un baño público y se desnudaban, los arrestaban en nombre de la moral pública. En nuestro país, era, además una forma de sacarle plata a los gays ya que muchos preferían pagar antes que ser arrestados y tener un expediente en la policía. De hecho, la policía se encargaba de hacer listas de homosexuales. Querían saber quienes eran gays y tenerlo asentado. Recordemos que esto se da en un contexto donde no había lugares en donde salir y conocer gente. La única manera de tener sexo era ir a las llamadas teteras, que eran baños públicos en donde se juntaban los gays.
jueves, 12 de julio de 2007
viernes, 6 de julio de 2007
Artículo interesante del diario.
RadarDomingo, 01 de Julio de 2007
La banda de los travestis ladrones
Con faldas y a lo loco
Protegidos por la sofisticación del art nouveau, cuyas prendas resultaban en vaporosos vestidos que ocultaban las formas, muchos hombres se vistieron de mujer para robar y estafar en la Buenos Aires de las primeras década del siglo XX. Falsas viudas, damas que se apodaban “la choricera”, noches en el Rosedal (ya entonces) y rápidos hurtos en el tranvía: así los conservó el mito, y Juan José de Soiza Reilly los llamó “Evas hombrunas”. Algunos de ellos eran homosexuales: sus aventuras criminales y sus biografías y perfiles a cargo de higienistas constituyen uno de los primeros registros de vida gay en la ciudad. Esta es su historia.
Por Sergio Nuñez y Ariel Idez
El número de Fray Mocho del 7 de Junio de 1912, en el que Juan José de Soiza Reilly escribió sobre esta banda de “Evas hombrunas”.
“Se valen de su aspecto afeminado para explotar la ingenua vanidad de los tenorios de la campaña. Su procedimiento es sencillísimo. Se visten de mujer con elegancia. Hasta con chic. Transitan por las calles oscuras. Ven llegar a un incauto. Se le acercan. Le dicen que se han extraviado del hogar: ‘Estoy perdida, señor. Usted, que parece un caballero tan amable y distinguido, ¿por qué no me acompaña? Tengo miedo. Soy viuda’. En lo más profundo de cada caballero se oculta un sinvergüenza. ‘Con gusto la acompañaré, señora’, le contesta. Y la acompaña. Suben a un coche. Y mientras la falsa dama dulcemente solloza y suspira, le roba a su tenorio la cartera. Después, el donjuán se queja a la familia o a un agente: ‘Me han robado en el tranvía’, dice.”
Así retrataba una nota de la revista Fray Mocho del 7 de junio de 1912 el accionar de una tan temible como pintoresca banda de delincuentes que conmovió a Buenos Aires en los albores del siglo XX: los travestis ladrones.
Unico documento de la época que dio cuenta de su existencia y hasta aquí sólo desempolvado en algún casi inhallable artículo de Juan José Sebreli sobre la homosexualidad en la Argentina, la añosa crónica de Juan José de Soiza Reilly revelaba otro dato llamativo: según información policial, el grupo estaba conformado por nada menos que tres mil varones, cifra que comparada con las del censo más próximo a la nota –1914– permite estimar que sus integrantes representaban cerca del 0,5 por ciento de la población masculina porteña de aquel entonces.
Estos amigos de lo ajeno sólo atentaban contra las pertenencias de sus víctimas, nunca contra sus vidas, aunque más de uno fue detenido por portar armas que jamás usaban. “El peligro que ofrecen reside únicamente en su astucia, en su pillería, en su falta de sentido moral, en su afición al robo. Son en verdad temibles...”, confirmaba el autor de la nota.
Los ladrones travestis hicieron su aparición al amparo de la suntuosa pero complicada moda art nouveau que les permitía ocultar fácilmente su verdadero sexo, y en medio de una ciudad que perdía raudamente su tradicional aspecto aldeano. Un claro ejemplo de esa transformación fue la apertura en 1894 de la Avenida de Mayo, justamente uno de sus sitios preferidos para salir a “plumiar” o de levante. Muy cerca del principal punto de “yiro” homosexual: los jardines del Paseo 9 de Julio, el espacio verde que separaba la Recova de la actual avenida Leandro N. Alem y el río.
Avezados conocedores de la calle, cuando aparecía algún agente, subían al carruaje de un conductor al que tenían como cómplice, daban una vuelta a la cuadra y luego se alejaban en uno de los modernos tranways eléctricos inaugurados en 1897.
Sus presas favoritas eran los forasteros y los hacendados. El nombre genérico para denominar a la víctima era “gil” o “vichenzo”, aunque eso variaba según el estrato social. Si era un obrero, lo llamaban “chongo”, y si tenía aspecto distinguido, “bacán a la gurda” o “bacanazo”. A la billetera le decían “música”; a los pesos, “gabrieles”; a la cadena, “marroca”; al alfiler de corbata, “farfalla”; al reloj, “bobo”; y si era de oro, “bobo de polenta”.
Para De Soiza Reilly, la mayoría de los travestis ladrones eran finos y cultos, adoraban la música, la poesía, las flores y la costura, y “más que tipos de cárcel”, eran “cerebros de manicomio o de hospital”. Cuando se los detenía, “lloraban como niñas” y, entre llantos, declaraban trabajar de peinador de damas. Pero en verdad conformaban una auténtica cofradía que se protegía mutuamente, formando sociedades y organizando bailes en burdeles a los que también acudían algunos “niños bien” deseosos de nuevas experiencias, y donde los miembros de la banda se adjudicaban sobrenombres “melodiosos y románticos”.
Antonio Gutiérrez Pombo, conocido como “La rubia Petronila”, especializado en velorios, donde llegaba de luto y abrazaba a los deudos para robarles billeteras y alhajas.
Allí, por ejemplo, Julio Giménez se convertía en “La brisa de primavera”; Jesús Campos, en “La reina de la gracia”; Francisco Torres, en “La Venus”; y Saverio Romano, en “La sirena”, quien siempre actuaba en yunta con Antonio Baglietto (“Dora”). Ese romanticismo, no obstante, tenía sus excepciones, como en el caso de Angel Cessani, que de día era jefe de cuadrilla y por las noches atendía con el sugerente apodo de “La choricera” una sala de baile en Puente Alsina.
UNA PRINCESA AMBICIOSA
El más popular de estos personajes fue el español Luis Fernández, alias “La princesa de Borbón”. Alto, de rasgos agraciados, voz aflautada y grandes ojos, una crónica de aquel entonces agregaba que solía usar “un gran sombrero negro, adornado con una enorme pluma, que acentuaba el misterio de su rostro, en el que sólo sus ojos brillaban en un angustiado círculo violeta. El pie calzado admirablemente y la pierna torneada, apretada bajo una media negra con maravillosos calados, aparecía incitante, semidescubierta en una sugerente languidez muy femenina”.
El entonces célebre español Luis Fernández, conocido como “La princesa de Borbón”, de “calzado admirable y pierna torneada”, luciendo varios modelos y traje.
Fernández fue detenido no menos de 22 veces. La primera, en 1907, cuando sólo tenía 18 años. En una de esas oportunidades, explicó: “Frente a una mujer, el hombre se vuelve hipócrita. Aun el más apasionado galán esconde sentimientos verdaderos. La mayor de las pasiones, la más encantadora de las ternuras son disfraces de lo otro. Federico Nietzsche ya lo dijo en Así habló Zaratustra: ¡Ah, la perra sensualidad, cómo se arrastra mendigando un poquito de espíritu cuando se le niega un pedazo de carne! Y Nietzsche tenía razón. Nosotros, los hombres, cuando se nos niega obstinadamente el bocado que apetecemos y que ya creíamos conquistado, rectificamos invariablemente nuestra conducta. Y solicitamos en tono plañidero que se nos deje seguir viviendo la incorpórea ilusión del amor. Pues bien, lo que yo hago no es nada más que el fruto del conocimiento que tengo de mí mismo. La naturaleza me ha dotado de características físicas femeninas. Me dio una cara hermosa, unos ojos insinuantes, una voz dulce. Tengan ustedes la seguridad que de cien víctimas mías, sólo dos o tres se animarán a delatarme. Además de hipócrita, el hombre es orgulloso. El delatarme sería confesar que se ha equivocado. Nosotros, los hombres, tememos al ridículo en materia de amor más que a ningún otro. Y lo que yo hago es precisamente eso, burlarme del amor. Pero lo hago tomando, naturalmente, precauciones. Porque, de lo contrario, la víctima llegaría a ser yo. Y no del amor, sino de un balazo”.
Si bien su actividad se centró en Buenos Aires, otros lugares de Sudamérica también fueron testigos de sus aventuras. En Lima se hizo pasar por la hija de un millonario mexicano, hospedándose en un lujoso hotel, junto a otro travesti que le servía de ayudante: “La bella Otero”. Así fue como sedujo en una fiesta a un acaudalado ministro, a quien poco después logró sacarle un abultado cheque con la excusa de haber sido estafada por su administrador y para saldar algunas deudas por juego. Tras esperar en vano su regreso, el funcionario finalmente decidió notificar la desaparición de su amada. Sin embargo, cuando la policía dio con su paradero, su cómplice ya se había fugado de Perú con todo el dinero. Entonces, para evitar que el asunto pasara a mayores, se optó por embarcarla silenciosamente rumbo a Chile, donde “La princesa” también haría de las suyas.
Allí enamoró a un joven aristócrata, quien al enterarse de su real identidad no soportó las burlas y se suicidó. Y como broche, se mostró en el Club Social de la ciudad uruguaya de Rivera nada menos que de la mano del comisario. En cambio, por estos pagos, su mayor osadía fue un intento de estafa al Congreso Nacional, “solicitando una pensión como viuda de un guerrero del Paraguay”, tentativa que fracasó, según el periodista de Fray Mocho, al descubrirse “la falsedad de un documento firmado por Carlos Guido y Spano”.
También adquirió cierta fama como bailarina de importantes cafés-concert porteños, de Montevideo, Santiago de Chile y Río de Janeiro. Ya retirado, Fernández pasó apaciblemente el resto de su existencia en Buenos Aires, merced a la buena administración de los ahorros acumulados en su ajetreada juventud.
LA MUCAMA LADRONA
El verdadero nombre de “La bella Otero” era Culpino Alvarez, otro español que tomó su apodo de una cupletista gallega que se hizo famosa a fines del siglo XIX por sus romances con duques, príncipes y reyes, y por sus amoríos lésbicos con Isadora Duncan y Sidonie Colette.
Juan Montes y también Juan Montes, pero vestida como “La bella Noé”.
Bajo, lampiño, “de buena familia”, como solía decir, y ya independizado de “La princesa de Borbón”, Alvarez se dedicó a robar en casas de ricos, donde se empleaba de mucama. “Se apodera de tarjetas de señoras y señoritas –apuntaba De Soiza Reilly– y luego visita a mucha gente, a la que engaña con suscripciones y falsas campañas de beneficencia.” También trabajó de prostituta, de adivina en un conventillo de Jujuy 890 y secuestró niños para pedir rescate. Una vez, mientras intentaba quitarle la billetera a un transeúnte, recibió un tajo en la nariz. El hurto callejero no parece haber sido su fuerte, ya que esa modalidad lo llevó numerosas veces a las comisarías y estuvo preso seis meses en la Penitenciaría Federal.
Aunque menos ambicioso que su maestro, en un tiempo del que casi no quedan registros de la vida homosexual, “La bella Otero” se las ingenió como ningún otro travestido para que su historia llegara a nuestros días de su propio puño y letra. Y para eso, lo más curioso es que se valió del aparato estatal. Concretamente, de los Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, un compilado de los estudios que los higienistas Francisco de Veyga y José Ingenieros hacían de los lunfardos, vagabundos e “invertidos” que iban a parar al deplorable Depósito de Contraventores “24 de Noviembre”, así llamado por la calle en la que estaba ubicado.
Avido de figuración y dueño de una veta literaria, lo cierto es que Alvarez consiguió que De Veyga adjuntara a sus investigaciones varios de sus poemas eróticos y su risueña autobiografía. Material que le había regalado en 1903, y que Osvaldo Bazán reprodujo un siglo más tarde en su Historia de la homosexualidad en la Argentina, donde no hay referencias a la banda como tal, aunque sí a varios travestis que fueron “objeto de estudio”.
“Siempre me he creído mujer, y por eso visto de mujer –sostenía ‘La bella Otero’ en sus apuntes–. Me casé en Sevilla y tuve dos hijos (...) Mi esposo ha muerto y soy viuda (...) Muchos hombres jóvenes suelen ser descorteses conmigo. Pero ha de ser de ganas de estar conmigo, y ¿por qué no lo consiguen? Porque no puedo atender a todos mis adoradores (...) No quiero tener más hijos, pues me han hecho sufrir mucho los dolores de parto (... ) Soy una mujer a la que le gusta mucho el placer y por eso lo acepto bajo todas sus fases. Algunos dicen que soy muy viciosa, pero yo les he escrito el siguiente verso, que se lo digo siempre a todos: ‘Del Buen Retiro a la Alameda/ los gustos locos me vengo a hacer./ Muchachos míos téngalo tieso/ que con la mano gusto os daré. / Con paragüitas y cascabeles/ y hasta con guantes yo os las haré, / y si tu quieres, chinito mío,/ por darte gusto la embocaré./ Si con la boca yo te incomodo/ y por la espalda me quieres dar,/ no tengas miedo, chinito mío,/ no tengo pliegues ya por detrás. / Si con la boca yo te incomodo/ y por atrás me quieres amar,/ no tengas miedo, chinito mío,/ que pronto mucho vas a gozar’”.
Los escritos de De Veyga también aportan abundante data sobre este personaje, incluido el tamaño de su pene: “Merece señalarse la excesiva pequeñez de sus órganos sexuales, atribuida por el interesado a la más absoluta castidad”, ya que nunca tuvo relaciones con mujeres ni realizó la sodomía activa. El médico, que además era teniente general del Ejército, tampoco se privó de indagar en sus artes amatorias: “Además de ejercer la pederastia pasiva, practica el onanismo sobre sus clientes y no desdeña el ejercicio del coito bucal”, habilidad por la que era “alabado”. Y rozando la pornografía, remarcaba: “Contra el gusto dominante de los demás invertidos, prefiere hombres de edad a los jóvenes; explica su gusto porque los viejos prolongan el coito y le pagan puntualmente, mientras que los jóvenes lo practican rápidamente, y en lugar de pagar le exigen dinero o lo maltratan. Entre los viejos, prefiere los barrigones y peludos; barrigones porque la intromisión del pene es menor y toda la excitación se localiza en el esfínter; peludos porque le producen gratas cosquillas en la espalda y las regiones glúteas. Dice que el coito anal le provoca sensaciones sumamente voluptuosas; cuando lo practica con personas que le son simpáticas no defeca, para no desprenderse del esperma, cuya retención cree le conserva las ilusiones sexuales relacionadas con el acto realizado”.
Así de fantasioso y pícaro era “La bella Otero”, quien en su autobiografía también reveló que los Bosques de Palermo ya eran por entonces un ámbito propicio para el sexo al aire libre porque, a su entender, allí “el pasto es más estimulante que la mullida cama”.
EL RESTO
Estos ladrones vestidos de mujer tenían distintos orígenes, lo que reflejaba el cosmopolitismo de una Buenos Aires que hacía décadas no paraba de recibir diferentes inmigraciones. Así lo confirman algunos de sus sobrenombres. Por ejemplo, los de Juan Seya, alias “La tana”; José Estévez, “La gallega”; Hipólito Vázquez, “La madrileña”; Eduardo Lieste, “La inglesa”; y Arturo Magani, “La chilena” o “La bebé”. Inclusive el del negro Antonio Gutiérrez Pombo, conocido como “La rubia Petronila”, cuya especialidad eran los velorios, donde iba vestido de luto con el falso pretexto de haber asistido al fallecido y abrazar a los deudos, para hurtar billeteras, prendedores y aros, “zarzos” en la jerga delictiva.
Si de especialidades se trata, José Rodríguez González, apodado “La Morosini”, aprovechaba su trabajo de corista en un teatro nacional para robar en los camarines. Juan Montes, “La bella Noé”, se decía viuda de un coronel y desvalijaba a todo quien le ofrecía consuelo. Otros, en cambio, trabajaban en tranvías y trenes, donde robaban a pasajeros dormidos, hecho al que llamaban “tirarse al portrione”.
Aunque la policía nunca les dio respiro, no fue su proceder lo que logró acabar con estas “Evas hombrunas”, como los denominaba De Soiza Reilly, sino las nuevas modas europeas que gradualmente se atrevieron a mostrar las formas femeninas. ¿Pero cómo fue que pudo prosperar tamaña industria por casi dos décadas?, se preguntaba el periodista. A lo que el mismo se respondía: “La culpa es del progreso, que nos trae barro y oro”.
miércoles, 4 de julio de 2007
¿minoría sobredimensionada?
Tengo la impresión que la homosexualidad y el lesbianismo son minorías sobredimensionadas. ¿Qué significa eso? Lo de minorías no creo que necesite gran explicación. Somos, con toda la furia, un 20 % de la población, lo que quiere decir que hay otro 80% que patea para el otro lado. Lo de sobredimensionada es porque de un tiempo a esta parte la homosexualidad está en todas partes. En la ficción es omnipresente. Películas, series de televisión, libros, cada vez hay más personajes gays o lésbicos. Al mismo tiempo, se habla de una cultura gay, ligada a temas tales como la vestimenta, la música que se escucha, etc. Por otra parte, la reivindicación del matrimonio entre personas del mismo sexo genera enormes declaraciones de gente a favor y en contra. Esto hace que se presente el tema como enormemente trascendente, lo que hace suponer que detrás del tema existen muchas personas interesadas, cuando en realidad solo hay una minoría. Esto no quiere decir, en modo alguno, que no sea importante el tema. Lo que ocurre es que se plantea como LA revolución social de este principio de siglo o como EL acabose del matrimonio. En cualquiera de las dos formas, se esconde que el hecho solo le va a modificar la vida a una minoría. Y ni siquiera a una minoría, sino a una minoría dentro de una minoría. Así como existe heterosexuales solteros, va a seguir habiendo homosexuales con ganas de seguir siendo solteros, así que no va a ser la comunidad glttb que se va a beneficiar sino una parte. Además, seamos bastante serios...además de poder casarse hace falta encontrar con quien. Quienes luchan por el matrimonio gay dan por sentado este hecho, que yo, desde acá me atrevo a no dar por sentado.
Minoría sobredimensionada, decía. Es minoría porque cuando uno/a percibe el interés que el tema suscita, uno/a cree que hay muchos gays y lesbianas dando vueltas por ahí. Cuando uno/a sale a la vida real, hay muy pocos y eso crea un sentimiento de ¿por qué será? ¿seré yo que no los encuentro? cuando en realidad hay que aceptar que hay mucho ruido para poca gente.
Minoría sobredimensionada, decía. Es minoría porque cuando uno/a percibe el interés que el tema suscita, uno/a cree que hay muchos gays y lesbianas dando vueltas por ahí. Cuando uno/a sale a la vida real, hay muy pocos y eso crea un sentimiento de ¿por qué será? ¿seré yo que no los encuentro? cuando en realidad hay que aceptar que hay mucho ruido para poca gente.
viernes, 8 de junio de 2007
Dos historias victorianas
El otro día vi una película de 1984 llamada "Otro país" (Another Country). Es la historia de un chico de unos 17 años en una escuela inglesa de los años 30 (resabios de la época victoriana).
En la escuela, mientras todos están en el patio cantando una canción patriótica, un profesor encuentra a dos chicos en el vestuario. Unos días después, uno de ellos, ante el escándalo, se suicida y la escuela hace lo imposible para que no se sepa.
Esto afecta mucho al protagonista que es gay y que tuvo un par de relaciones con algunos de sus compañeros. Su ambición es llegar a ser director de la casa en la que está (los ingleses tienen esa mala costumbre de dividir a los alumnos de las grandes escuelas en 4 casas que compiten entre sí: el famoso divide y reinarás ya que al competir, los propios compañeros son los que se encargan de mantener el orde. Los más viejos son los que pueden dirigir la casa).
Al mismo tiempo, conoce a un chico de su edad de otra casa, con el que tiene relaciones (bahh caricias robadas a la noche).
Su único amigo es un alumno que se la pasa leyendo a Marx.
Estos dos chicos son parias para el resto: uno por gay y el otro por rojo, por eso se llevan bien entre los dos. Pero, a su vez, son odiados por los directores de la casa, sobre todo uno, el malo, que decide hacerle la vida imposible y descubre su relación homosexual y lo desenmascara con el resto de sus compañeros, impidéndole ser director de la casa al año siguiente.
El pobre chico, lleno de furia, se da cuenta de que nunca va a poder llegar a lo alto en la carrera diplomática que ambiciona porque se lo van a impedir por gay. Decide entonces hacerse espía de los rusos.
La película termina cuando, en los años 80, este tipo es viejo y vive en Rusia después de haber traicionado a su país.
La película es más o menos. Plentea el viejo tema bien homofóbico de la traición gay, la idea de que los gay pueden ser traidores porque son gays. Pero lo plantea desde otra perspectiva, desde la idea de que lo son porque son marginados y es una venganza sobre la sociedad que los condena a los puestos subalternos y utiliza la sexualidad como forma de poner obstáculos al ascenso social.
La verdad, después de ver la película, me queda la duda si es a favor de los gays o en contra. Por un lado, denuncia la homofobia, pero por el otro no deja de resaltar el esteriotipo del gay traidor que tanto se usó/usa.
La otra historia victoriana es Maurice, una novela de E. P. Foster, autor inglés de fines de la época victoriana, que cuenta la historia de Maurice, un joven que se da cuenta de que es gay en la sociedad victoriana. La historia es el proceso de aceptación de ese chico de su sexualidad y el encuentro con un amor verdadero. Es un libro bastante romanticón, pero es lindo. Es una especie de telenovela gay.
Lo bueno de este libro es que da una imagen linda de la homosexulidad.
Lo malo es que su autor, a pesar de que todos sabían que era gay, no publicó la novela en vida y solo se publicó en los años 70 (sí, leyeron bien, en los años 70) cuanto Foster ya estaba muerto. Si encuentro los párrafos lindos del libro, los copio.
Enfin, muestra que la vida gay y la sociedad victoriana da para bastante.
En la escuela, mientras todos están en el patio cantando una canción patriótica, un profesor encuentra a dos chicos en el vestuario. Unos días después, uno de ellos, ante el escándalo, se suicida y la escuela hace lo imposible para que no se sepa.
Esto afecta mucho al protagonista que es gay y que tuvo un par de relaciones con algunos de sus compañeros. Su ambición es llegar a ser director de la casa en la que está (los ingleses tienen esa mala costumbre de dividir a los alumnos de las grandes escuelas en 4 casas que compiten entre sí: el famoso divide y reinarás ya que al competir, los propios compañeros son los que se encargan de mantener el orde. Los más viejos son los que pueden dirigir la casa).
Al mismo tiempo, conoce a un chico de su edad de otra casa, con el que tiene relaciones (bahh caricias robadas a la noche).
Su único amigo es un alumno que se la pasa leyendo a Marx.
Estos dos chicos son parias para el resto: uno por gay y el otro por rojo, por eso se llevan bien entre los dos. Pero, a su vez, son odiados por los directores de la casa, sobre todo uno, el malo, que decide hacerle la vida imposible y descubre su relación homosexual y lo desenmascara con el resto de sus compañeros, impidéndole ser director de la casa al año siguiente.
El pobre chico, lleno de furia, se da cuenta de que nunca va a poder llegar a lo alto en la carrera diplomática que ambiciona porque se lo van a impedir por gay. Decide entonces hacerse espía de los rusos.
La película termina cuando, en los años 80, este tipo es viejo y vive en Rusia después de haber traicionado a su país.
La película es más o menos. Plentea el viejo tema bien homofóbico de la traición gay, la idea de que los gay pueden ser traidores porque son gays. Pero lo plantea desde otra perspectiva, desde la idea de que lo son porque son marginados y es una venganza sobre la sociedad que los condena a los puestos subalternos y utiliza la sexualidad como forma de poner obstáculos al ascenso social.
La verdad, después de ver la película, me queda la duda si es a favor de los gays o en contra. Por un lado, denuncia la homofobia, pero por el otro no deja de resaltar el esteriotipo del gay traidor que tanto se usó/usa.
La otra historia victoriana es Maurice, una novela de E. P. Foster, autor inglés de fines de la época victoriana, que cuenta la historia de Maurice, un joven que se da cuenta de que es gay en la sociedad victoriana. La historia es el proceso de aceptación de ese chico de su sexualidad y el encuentro con un amor verdadero. Es un libro bastante romanticón, pero es lindo. Es una especie de telenovela gay.
Lo bueno de este libro es que da una imagen linda de la homosexulidad.
Lo malo es que su autor, a pesar de que todos sabían que era gay, no publicó la novela en vida y solo se publicó en los años 70 (sí, leyeron bien, en los años 70) cuanto Foster ya estaba muerto. Si encuentro los párrafos lindos del libro, los copio.
Enfin, muestra que la vida gay y la sociedad victoriana da para bastante.
lunes, 28 de mayo de 2007
Confesión de un joven gay (tercera parte)
Para el que lee esto por primera vez, esta es la traducción de un libro de fines del siglo XIX que reproduce el testimonio de un joven gay de esa época. Para más detalles ver las dos primeras partes.
III- Juventud - Primeros actos.
Había adquirido un gran afecto por un magnífico joven que, desde hacía un tiempo, trabajaba en nuestros establos. Era realmente soberbio, joven y con finos bigotes marrones. Era de talla media, robusto y muy bien constituido. Le llevaba a escondidas cigarros que robaba de la caja de mi padre, e incluso tortas y dulces que no comía para dárselos. Era una buena persona que le gustaba hablar libremente pero que no se permitía ninguna confidencialidad. Un día en broma, le pedí que se desnudara, me retó y no quiso satisfacer mi pedido. Eso hizo que lo quisiera más aún y el deseo de verso, de aproximarme a él y de tocar su cara se volvió una idea fija.
Como no podía esperar nada de él, imaginaba que era su mujer y que de noche ponía mi almohada al lado mío y la besaba y mordía como si fuera una persona viva. Pensaba en ese lindo hombre tan robusto y fresco y me movía pensando que me acostaba con él. Quod faciens, fere invitus me subagitabam, et semen primum emisi.
Eso me asustó mucho y a pesar del placer que sentí, me prometí a mí mismo que nunca volvería a caer en tal error. Poco me duró esa promesa y al poco tiempo, caí en uno de los vicios más degradantes a los que podamos caer. Mi viva imaginación me generaba imagenes muy compalcientes y gozaba de este horrible placer, evocando las imagenes de hombres que me gustaban y con los que me hubiese gustado estar.
A pesar de ser delicado en apariencia, mi constitución era muy sólida y no sentía ninguna perturbación de las que hubiese podido matar a cualquier otro.
En aquel tiempo, los negocios de mi padre no funcionaban , y debimos salir de Italia e ir a Francia para conseguir nuevamente fortuna. Nos quedamos varios meses en París - que había ya visitado varios años antes. Una vida muy simple siguió a nuestra lujosa vida pasada, y puedo asegurarle que fue esa la época más triste de mi vida. El carácter de mi padre se había agriado; incluso en París sus negocios iban cada vez peor. Mi institutriz se fue por aquella época, y entré como externo a un pensionado parisino.
No soportaba las lecciones del colegio y, como tenía más tiempo para mi, por no tener la obligación de seguir los cursos regulares, declaré que no tenía ninguna vocación para la ingeniería, profesión a la que mi padre me quería destinar, y que deseaba estudiar pintura, ya que tenía bastante talento para el dibujo.
Con mi astucia y persuación, confencí a mi padre de que era mejor que dejara el colegio y me instalara en lo de un pintor, a lo del cual, por otra parte, solo iba cada tanto, porque prefería seguir caminando por París, visitar las galerías y los museos. A la mañana iba a lo del pintor, que vivía muy lejos de nuestra casa, y a la tarde me dedicaba a leer y dibujar.
Esta época fue bastante agradable pero el deseo de pertenecer a un hombre me seguía permanentemente y me sentía muy desdichado por pertenecer a un sexo que no era el mismo de mi alma.
Seguía en mi vicio solitario, que al poco tiempo no tuvo ningún atractivo para mí y que, con el tiempo abandoné ya que me empecé a cansar del cuerpo y el espíritu que no me ofrecían casi placer.
Después de varios meses de estadía en París volvimos a Italia, en donde mi padre siguió con sus negocios. Entré entonces en una Academia de Bellas Artes, pero no tenía ninguna pasión por el arte y solo iba para no ser forzado a hacer alguna otra cosa que, en el estado psiquico en el que me encontraba, me hubiese resultado repulsivo. Los muchachos a mi alrededor, en la Academia, me parecían horriblemente comunes e inobles; tenía feas manos y las mías eran las más lindas y cuidadas. Estaba, por otra parte, muy orgulloso de mi cuna, de mis viajes y de mi instrucción superior y no tenía ganas de mezclarme con gente tan común, casi todos hijos de carniceros o de comerciantes. En la actualidad, varios son agradables artistas y yo no hice ni un paso en el arte que elegí, es verdad que por capricho mío.
Era libre ya que no iba seguido a la escuela y pasaba gran parte de mi tiempo a meditar y leer. Fue en este tiempo que llevado por algunos de mis compañeros y primos de mi edad que entré por primera vez en una casa pública. Salí asqueado y triste. Las mujeres no me atraían y solo sentía repugnancia por ellas.
Una de ellas me beso y sentí un gran asco por esta asquerosa persona, al punto que me escapé de ella como pude y me fui lo más rápido posible, a la gran sorpresa de quienes me habían acompañado a ese lugar. Volví varias veces con el firme propósito de vencer mi repugnancia y hacer lo mismo que los otros, pero nunca lo logré. Quedaba helado ante las más ardientes caricias y sentía un horrible disgusto.
Uno de mis amigos, un joven libertino, quiso que asistiera un día a sus encuentros con una de estas mujeres, pero no pude vencer mi aversión y esta escena de lujuria me dejó totalmente frío.
Estos malos lugares me inspiran, sin embargo, una especie de atracción misteriosa y varias veces sentí envidia, no de los que van, sino de las que permanecen.
Me empecé a considerar un ser excepcional y fantástico, un ser a cuya fabricación la naturaleza se equivocó y que a pesar de reconocer el horror de su estado, nada puede hacer para remediarlo. Perdí el gusto por todo, mi alma triste y ensombrecida se abandonó a una tristesa rofunda, y me sentí totalmente abatido.
Me pasaba las mañanas y los días caminando en los parques y paseos, solitario, lleno de una gran tristesa, dudando de todo, de la Naturaleza, de Dios. Me preguntaba por qué había nacido en una condición tan miserable y qué crimen había cometido para ser castigado de una manera tan atroz.
Todos los que me rodeaban no se daban cuenta de nada y atribuían mi silencio y mi tristesa al mal carácter o a mi bizarría natural. Mi padre estaba muy absorbido por sus negocios y la reconstitución de su fortuna; mi madre pensaba en la casa y en las visitas y no era de naturaleza a preocuparse de los problemas del alma.
Mis hermanos estaban lejos. Me quedaba solo, presa de mis dolores y mis tristes pensamientos. Veía toda mi vida destruida por una horrible pasión...
III- Juventud - Primeros actos.
Había adquirido un gran afecto por un magnífico joven que, desde hacía un tiempo, trabajaba en nuestros establos. Era realmente soberbio, joven y con finos bigotes marrones. Era de talla media, robusto y muy bien constituido. Le llevaba a escondidas cigarros que robaba de la caja de mi padre, e incluso tortas y dulces que no comía para dárselos. Era una buena persona que le gustaba hablar libremente pero que no se permitía ninguna confidencialidad. Un día en broma, le pedí que se desnudara, me retó y no quiso satisfacer mi pedido. Eso hizo que lo quisiera más aún y el deseo de verso, de aproximarme a él y de tocar su cara se volvió una idea fija.
Como no podía esperar nada de él, imaginaba que era su mujer y que de noche ponía mi almohada al lado mío y la besaba y mordía como si fuera una persona viva. Pensaba en ese lindo hombre tan robusto y fresco y me movía pensando que me acostaba con él. Quod faciens, fere invitus me subagitabam, et semen primum emisi.
Eso me asustó mucho y a pesar del placer que sentí, me prometí a mí mismo que nunca volvería a caer en tal error. Poco me duró esa promesa y al poco tiempo, caí en uno de los vicios más degradantes a los que podamos caer. Mi viva imaginación me generaba imagenes muy compalcientes y gozaba de este horrible placer, evocando las imagenes de hombres que me gustaban y con los que me hubiese gustado estar.
A pesar de ser delicado en apariencia, mi constitución era muy sólida y no sentía ninguna perturbación de las que hubiese podido matar a cualquier otro.
En aquel tiempo, los negocios de mi padre no funcionaban , y debimos salir de Italia e ir a Francia para conseguir nuevamente fortuna. Nos quedamos varios meses en París - que había ya visitado varios años antes. Una vida muy simple siguió a nuestra lujosa vida pasada, y puedo asegurarle que fue esa la época más triste de mi vida. El carácter de mi padre se había agriado; incluso en París sus negocios iban cada vez peor. Mi institutriz se fue por aquella época, y entré como externo a un pensionado parisino.
No soportaba las lecciones del colegio y, como tenía más tiempo para mi, por no tener la obligación de seguir los cursos regulares, declaré que no tenía ninguna vocación para la ingeniería, profesión a la que mi padre me quería destinar, y que deseaba estudiar pintura, ya que tenía bastante talento para el dibujo.
Con mi astucia y persuación, confencí a mi padre de que era mejor que dejara el colegio y me instalara en lo de un pintor, a lo del cual, por otra parte, solo iba cada tanto, porque prefería seguir caminando por París, visitar las galerías y los museos. A la mañana iba a lo del pintor, que vivía muy lejos de nuestra casa, y a la tarde me dedicaba a leer y dibujar.
Esta época fue bastante agradable pero el deseo de pertenecer a un hombre me seguía permanentemente y me sentía muy desdichado por pertenecer a un sexo que no era el mismo de mi alma.
Seguía en mi vicio solitario, que al poco tiempo no tuvo ningún atractivo para mí y que, con el tiempo abandoné ya que me empecé a cansar del cuerpo y el espíritu que no me ofrecían casi placer.
Después de varios meses de estadía en París volvimos a Italia, en donde mi padre siguió con sus negocios. Entré entonces en una Academia de Bellas Artes, pero no tenía ninguna pasión por el arte y solo iba para no ser forzado a hacer alguna otra cosa que, en el estado psiquico en el que me encontraba, me hubiese resultado repulsivo. Los muchachos a mi alrededor, en la Academia, me parecían horriblemente comunes e inobles; tenía feas manos y las mías eran las más lindas y cuidadas. Estaba, por otra parte, muy orgulloso de mi cuna, de mis viajes y de mi instrucción superior y no tenía ganas de mezclarme con gente tan común, casi todos hijos de carniceros o de comerciantes. En la actualidad, varios son agradables artistas y yo no hice ni un paso en el arte que elegí, es verdad que por capricho mío.
Era libre ya que no iba seguido a la escuela y pasaba gran parte de mi tiempo a meditar y leer. Fue en este tiempo que llevado por algunos de mis compañeros y primos de mi edad que entré por primera vez en una casa pública. Salí asqueado y triste. Las mujeres no me atraían y solo sentía repugnancia por ellas.
Una de ellas me beso y sentí un gran asco por esta asquerosa persona, al punto que me escapé de ella como pude y me fui lo más rápido posible, a la gran sorpresa de quienes me habían acompañado a ese lugar. Volví varias veces con el firme propósito de vencer mi repugnancia y hacer lo mismo que los otros, pero nunca lo logré. Quedaba helado ante las más ardientes caricias y sentía un horrible disgusto.
Uno de mis amigos, un joven libertino, quiso que asistiera un día a sus encuentros con una de estas mujeres, pero no pude vencer mi aversión y esta escena de lujuria me dejó totalmente frío.
Estos malos lugares me inspiran, sin embargo, una especie de atracción misteriosa y varias veces sentí envidia, no de los que van, sino de las que permanecen.
Me empecé a considerar un ser excepcional y fantástico, un ser a cuya fabricación la naturaleza se equivocó y que a pesar de reconocer el horror de su estado, nada puede hacer para remediarlo. Perdí el gusto por todo, mi alma triste y ensombrecida se abandonó a una tristesa rofunda, y me sentí totalmente abatido.
Me pasaba las mañanas y los días caminando en los parques y paseos, solitario, lleno de una gran tristesa, dudando de todo, de la Naturaleza, de Dios. Me preguntaba por qué había nacido en una condición tan miserable y qué crimen había cometido para ser castigado de una manera tan atroz.
Todos los que me rodeaban no se daban cuenta de nada y atribuían mi silencio y mi tristesa al mal carácter o a mi bizarría natural. Mi padre estaba muy absorbido por sus negocios y la reconstitución de su fortuna; mi madre pensaba en la casa y en las visitas y no era de naturaleza a preocuparse de los problemas del alma.
Mis hermanos estaban lejos. Me quedaba solo, presa de mis dolores y mis tristes pensamientos. Veía toda mi vida destruida por una horrible pasión...
lunes, 14 de mayo de 2007
¿qué es un gay?
Estaba leyendo en el suplento cultural de un diario, la reseña que varios autores hacen de los diarios de Bioy Casares sobre Borges que se publicaron hace sesi meses. Todos los autores coinciden en la inmensa amistad que unía a los dos grandes autores y que perduró durante cincuenta años. Pero la verdad, cuando lo leo veo una relación gay no declarada (a pesar de que los autores sean abiertamente homofóbicos...o tal vez por eso). Ojo, no quiero decir que fueran gay y que no se supiera públicamente, nada más lejos. Lo que quiero decir es que ese tipo de amistades demasiado exclusivas me parecen un tipo de relación de pareja no declarada.
¿hasta dónde llega la amistad y dónde empieza el amor?
Antes esta cuestión no se planteaba porque las estrictas reglas de la sociedad victoriana establecían que la amistad entre hombres y mujeres solo se podía dar si no había peligro de sexo, por ejemplo entre una respetable señora mayor y un joven de 20. Pero en los casos en los que había la posibilidad (aunque sea la posibilidad que esa obsecionada sociedad imaginaba) se vedaba la relación porque podía "comprometer a la señora".
Por el contrario, como se quería ignorar la homosexualidad, se incentivaba la amistad entre hombres. El caso paradigmático es el del club de caballeros inglés en donde solo entraban hombres o, incluso, la universidad (donde también).
En resumen, en esa sociedad la diferencia entre la relación y el amor estaba en el sexo de la persona. Pero, con el desarrollo de la sociedad esta distinción no pudo mantenerse desde que se permitió la amistad entre personas de diferentes sexos. El problema que se plantea es qué pasa con la amistad entre personas del mismo sexo. ¿podemos decir que es solo amistad o en los casos en que son demasiado amigos, hay que sospechar?
Por mi parte, sospecho y eso me obliga a aceptar que las relaciones gays pueden tomar diversas formas: puede ser una relación con sexo (al mejor estilo pareja paqui) o puede ser una relación en donde el sexo está sublimado (al mejor estilo amigos del alma).
Acá voy a decir una herejía por la que me podrían quemar si me agarraran: considero que la relación entre el Martin Fierro y Cruz es una relación gay. Vamos a los indicios: Cruz ve que Fierro está peleando con la policía y lo ayuda porque considera que está bien y los dos se escapan a territorio indio. Viven juntos en ese territorio y son amigos del alma (a pesar de las historias con indias de los protagonistas).
Pero en ese punto se plantea la cuestión de la amistad entre hombres ¿en qué grado es una simple amistad y en qué grado una relación de pareja que no quiere decir su nombre? La respuesta más evidente es que en los mismos casos en que le ocurre a los paquis...y entonces dejemos que ellos se encarguen de dilucidar el tema.
¿hasta dónde llega la amistad y dónde empieza el amor?
Antes esta cuestión no se planteaba porque las estrictas reglas de la sociedad victoriana establecían que la amistad entre hombres y mujeres solo se podía dar si no había peligro de sexo, por ejemplo entre una respetable señora mayor y un joven de 20. Pero en los casos en los que había la posibilidad (aunque sea la posibilidad que esa obsecionada sociedad imaginaba) se vedaba la relación porque podía "comprometer a la señora".
Por el contrario, como se quería ignorar la homosexualidad, se incentivaba la amistad entre hombres. El caso paradigmático es el del club de caballeros inglés en donde solo entraban hombres o, incluso, la universidad (donde también).
En resumen, en esa sociedad la diferencia entre la relación y el amor estaba en el sexo de la persona. Pero, con el desarrollo de la sociedad esta distinción no pudo mantenerse desde que se permitió la amistad entre personas de diferentes sexos. El problema que se plantea es qué pasa con la amistad entre personas del mismo sexo. ¿podemos decir que es solo amistad o en los casos en que son demasiado amigos, hay que sospechar?
Por mi parte, sospecho y eso me obliga a aceptar que las relaciones gays pueden tomar diversas formas: puede ser una relación con sexo (al mejor estilo pareja paqui) o puede ser una relación en donde el sexo está sublimado (al mejor estilo amigos del alma).
Acá voy a decir una herejía por la que me podrían quemar si me agarraran: considero que la relación entre el Martin Fierro y Cruz es una relación gay. Vamos a los indicios: Cruz ve que Fierro está peleando con la policía y lo ayuda porque considera que está bien y los dos se escapan a territorio indio. Viven juntos en ese territorio y son amigos del alma (a pesar de las historias con indias de los protagonistas).
Pero en ese punto se plantea la cuestión de la amistad entre hombres ¿en qué grado es una simple amistad y en qué grado una relación de pareja que no quiere decir su nombre? La respuesta más evidente es que en los mismos casos en que le ocurre a los paquis...y entonces dejemos que ellos se encarguen de dilucidar el tema.
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